jueves, 26 de marzo de 2015

Vorágine

Tornado

            ¿Por qué me siento así? ¿Por qué si fui yo la víctima de un engaño tan terrible siento tanta vergüenza? Debí haberme dado cuenta. Debí escuchar a mi corazón cuando me gritaba en su agonía y yo me negaba a quitar la venda de mis ojos…o quizás era hora de aceptar que había visto este final acechándome tiempo atrás pero era demasiado doloroso reconocerlo. No sé cuánto tiempo del trance en el que he estado sumergida  últimamente he dedicado a fabricar escenas de esta ruptura, de cómo me sentiría, de todo lo que implicaría arrancar al Arlequín de mi vida, y de lo que sería vivir sin él… después de él. Siempre tuve miedo de terminar la escena, cada vez que lo intentaba me sobrecogía una inquietante mezcla de dolor, rabia e incertidumbre que me sacaba de mis pensamientos para regresarme a una realidad de la que Dalibor se desvanecía. A decir verdad, la totalidad de mi ser y de mi sentir estaban cubiertos por una niebla espesa de duda que me hacía difícil el respirar. Cometí el gravísimo error de embelesar mi pasado, construir mi presente y esbozar mi futuro alrededor de él. Ahora que se derrumban todos los planes, que se revelan todas las mentiras y que duelen todos los recuerdos, me encuentro completamente sin rumbo. Vacía. Peor que en el principio. Con las alas rotas y el corazón hecho trizas.

            Me costó mucho levantarme de aquel prado que me había visto llorar hasta que me ardieron los ojos y se me nubló la vista, es increíble cuánto pesa la soledad. El hecho de dirigirme al lugar que más me hablaba de él tampoco me hacía el camino más corto, a veces parecía que no avanzaba en absoluto a pesar de dar un paso tras otro lenta pero consistentemente. Durante la caminata me sorprendí a mi misma fantaseando que llegaría a La Feria y él me iba a estar esperando allí para decirme que todo había sido un error y que quería estar conmigo, o que lo encontraría en mi remolque con otra rosa roja en la mano pidiéndome perdón, pero luego recordaba la cobardía con la que se había comportado durante el encuentro con Damia y se esfumaba toda esperanza de enmienda de sus actos. También me enfurecí conmigo misma por imaginar estas cosas. “¡¿Cómo es posible que estés pensando en perdonarlo si te hizo tanto daño?!...Ni siquiera hizo nada por quedarse contigo, se fue con ella…¿Es mi culpa, pude haber hecho algo diferente para que no se fuera?...¡Al diablo, le diste todo lo que eres y no le importó, malagradecido!...Siquiera ya no tienes que esperarlo y preocuparte por él todas las noches…¡Lo extraño tanto!...¿Y ahora qué ese supone que debo hacer con mi vida si estúpidamente se la regalé?”, me abrumaban los pensamientos que daban vueltas en mi cabeza.

            La música festiva y las caras sonrientes de los payasos dibujadas en las mantas a la entrada de La Feria se sentían como una cruel burla al dolor que me carcomía por dentro. El olor a frituras y golosinas tan familiar para mí evocaba mil recuerdos de tiempos mejores, de cuando llegué aquí, de cuando me ilusionaba maquillarme y salir al escenario a dejar el alma en mi música, de cuando conocí a Lihuén, de cuando la sola mirada de Layla me robaba el aliento, y de cuando me enamoré de Dalibor. Es sorprendente lo mucho que influye nuestro sentir en cómo vemos la realidad. Todo parecía diferente ahora a pesar de ser exactamente el mismo trayecto de la entrada de la Feria a mi remolque.  Cada paso dolía, cada recuerdo laceraba más mi corazón. Me detuve un momento frente al expendio de golosinas ante la visión de una manzana acaramelada como aquéllas que nos acercaron por primera vez, cuando el Arlequín era nuevo aquí, cuando los espejos de mi amado Laberinto de Cristal guardaban el secreto de mi atracción por él, cuando sin saber las consecuencias mordí el fruto prohibido de un amor caprichoso y embustero.

    -         “¡Pero qué diablos, Fénix, te he estado buscando por todas partes!”, exclamó Lihuén cuando me vio hipnotizada frente a los dulces.
    -         “Salí a caminar”, le respondí con un débil murmullo y volví a apretar la mandíbula.
    -         “Vamos por un poco de té”, dijo la adivina con expresión de preocupación mientras me tomaba del brazo para dirigirnos a su remolque.

            En cuanto nos sentamos Lihuén y yo a la mesa en su remolque y sin que ella me dijera una sola palabra comencé a platicarle lo que había sucedido. Para mi sorpresa mi voz no se cortó una sola vez, era como si estuviera narrando algo ajeno a mí. Me sentía calmada, casi entumecida, quizás estaba exhausta de todas las emociones que había sentido a lo largo del día. Ella me tomó de la mano mientras yo hablaba, noté que sus ojos se tiñeron de rojo en más de una ocasión, apretaba los labios, despejaba su garganta, pero no dijo absolutamente nada. Pensé que gritaría, que lanzaría cosas a través de la habitación, que reaccionaría como creía que iba a reaccionar yo si confirmaba mis sospechas pero no, nos quedamos en silencio no sé cuánto tiempo, suspiró, tomó aliento y dijo: “No es justo”. Fue lo único que escuché de mi amiga al respecto, ningún “Te lo dije”, ningún “Estarás mejor sin él”, ningún “Él se lo pierde”, ninguna de esas frases que tanto se repiten en estos casos y que lejos de ayudar clavan más la daga en la herida.

            Después de la plática con Lihuén por fin llegué a mi remolque. Tomé un mantel viejo y lo extendí sobre la cama. Sobre él coloqué todas y cada una de las cosas de Dalibor que encontré en la habitación, las envolví en él y arrojé el bulto al rincón en donde alguna vez hubo un baúl con su ropa que no me había dado cuenta que faltaba. “¿Desde hace cuánto que se fue y yo no quería darme cuenta?”, pensé. Me invadió el llanto y me recosté en la cama hasta que me quedé dormida. Cuando desperté el bullicio normal de la Feria había terminado, las luces se habían apagado y la madrugada traía consigo un aire de paz que no había encontrado en todo el día. Me levanté de la cama y salí a tomar aire fresco. Me senté en la entrada de mi remolque para contemplar el Laberinto de Cristal, que aunque estaba cerrado y a oscuras me hacía sentir tranquila al saber que a pesar de todo lo que había pasado mi atracción favorita, en cuyos corredores había guardado tantos de mis secretos, seguía ahí.

            La brisa de la madrugada se tornaba fría y decidí que era mejor regresar al interior del remolque pero al ponerme en pie una pequeña luz llamó mi atención. De pronto el olor a tabaco se hizo distintivo en el aire. Una silueta se escondía entre las sombras y mi curiosidad por saber quién era me obligó a acercarme.
    -         “Fumaría dentro de mi tienda pero sabes lo peligroso que es tener llama viva cerca de la pintura”, dijo Layla en tono bromista.
    -         “Layla…hacía mucho que no te veía”, respondí sorprendida.
    -         “¿Otra noche de sueño esquivo?”, preguntó un tanto cortante pero ofreciéndome un cigarro de manera amistosa.
    -         “Sí, la última”, le contesté mientras encendía mi cigarrillo, esta vez sí se cortó mi voz y no pude decir más.
     
            La caricaturista me miró conmovida y me envolvió en sus brazos. Yo no pude evitar sentirme abrumada por tantos sentimientos a la vez. Arrepentimiento, culpa, dolor, desesperación, vacío, incertidumbre, miedo, rabia…pero con ella también paz, aceptación, comprensión…¿Amor? Pero qué sé yo de amor si lo único que he hecho es herir y salir lastimada. Lo cierto es que me hizo sentir bienvenida, como si hubiera regresado a casa después de una larga y dolorosa cruzada.