miércoles, 5 de septiembre de 2012

Vacío

Oso de peluche blanco en fondo oscuro
    No entiendo lo que me dice Lihuén, veo que sus labios se mueven y que su mirada se dirige a mí pero su voz es sólo un murmullo y no puedo descifrar palabra alguna. ¿Me desmayé? ¿Por qué no recuerdo cómo fue que llegué al automóvil del dueño de la Feria? A pesar del ruido infernal del motor del cacharro aquel, lo que me estaba volviendo loca era el sonido de mi propia respiración y las oraciones que gritaba sin parar dentro de mi cabeza. Sabía a dónde me llevaban...y muy dentro de mí también sabía lo que me dirían allí aunque me negara a aceptarlo.

    El pueblo cambia tanto mientras la gente duerme, sobre todo ahora que se puede apreciar la decoración para las fiestas. Han colocado tantas luces que hasta puedo sentirme como en casa de regreso en la Feria. No quería llegar al hospicio. Quería quedarme congelada en ese momento cuando me inundó la belleza del pueblo a media noche y me contagió de la esperanza impregnada en sus adornos callejeros. "¿Me escuchas? ¿Tienes dolor?", preguntó Lihuén mientras levantaba un poco el lienzo con el que me había cubierto y que ahora se había tornado color carmín como los atardeceres de verano, como los labios del Arlequín, y como las rosas con las que conquistó mis besos. Yo sólo sacudí la cabeza para responderle. No me salían las palabras. Quizás la Adivina me transfirió sin querer el terror que sentía a través de la expresión que traía. Quizás yo ya estaba paralizada de miedo y por eso no podía pronunciar ni media palabra. Lo más extraño es que lo que sentía en ese momento no era temor, era vacío, una profunda tristeza, y soledad. Mas no la soledad del abandono sino la soledad que se siente cuando se reconoce que nadie puede sacarte del remolino en el que te has metido, y peor, que ya no te interesa salir. "Ya llegamos", afirmó Lihuén cuando el auto al fin dejó de moverse frente a la impresionante fachada del hospicio del pueblo que lucía particularmente lúgubre sin los niños recibiendo a las visitas junto a la pesada reja decorada con papel a medio pintar.

    El doctor mismo salió a recibirnos con aire de urgencia y tanto el dueño de la Feria como Lihuén querían llevarme a la mesa de oscultación prácticamente en sus brazos pero en cuanto logré salir del coche empecé a caminar por mí misma rumbo al consultorio del médico, cosa que sorprendió a todos, sobre todo al ver el lienzo que traía en mis manos. Nuestros pasos hacían eco en los pabellones vacíos del edificio. Un pie delante del otro, casi como una procesión, fue como llegamos a la mesa de oscultación que como burla del destino compartía habitación provisionalmente con un pequeño moisés dentro del cual descansaba un ínfimo recién nacido con un aire de orgullo en el rostro por haber logrado salir del confinamiento donde lo mantuvieron por nueve meses. Me quedé mirándolo y no pude evitar pensar que la vida era muy extraña. Este niño había llegado al mundo sin que nadie lo llamara, solo, abandonado por su madre al nacer, y mi niño, aún amado, simplemente no llegaría.

    Me recosté sobre la mesa para que el doctor me dijera lo que ya sabía que había pasado. Después de varias pruebas tanto invasivas como dolorosas determinó que de haberse desarrollado el embarazo hubiéramos muerto tanto mi hijo como yo por el lugar en donde se había acomodado para crecer, y antes de que tuviera tiempo para procesar lo que estaba pasando me dijo que había que intervenirme inmediatamente pues no podía dejarme así por el peligro que implicaba. Tomo una botella del gabinete, empapó un trapo con un poco de su contenido y lo puso sobre mi rostro tapándome nariz y boca. Al abrir los ojos de nuevo lo primero que escuché fue el llanto sin atender de aquel recién nacido con quien compartía habitación, y luego la voz de Lihuén quien no se separó de mi lado durante toda nuestra estancia en el hospicio. "Fénix, Fénix...", me llamaba dulcemente la Adivina tras ver que que empezaba a moverme.

    Me senté en la mesa para que Lihuén pudiera sentarse a mi lado y así esperar a que se pasaran los mareos para regresar a casa. Mi visión todavía estaba nublada y mi mente estaba atorada en un solo pensamiento: mi hijo al morir había salvado mi vida mas yo hubiera dado mi vida para que él naciera. "Mi niño, lo siento tanto. Siento no haber podido protegerte". No recuerdo qué platiqué con mi amiga en el hospicio, es como si mi mente no quisiera recordarlo, sólo tengo presente que le pedí que atendiera al pequeñito del moisés en lo que estábamos ahí.

    Para asombro de todos, al poco rato de que mi visión ya no era borrosa me puse de pie y caminé hasta el carro del dueño de la Feria a quien le estoy profundamente agradecida por lo que ha hecho por mí, sin olvidar, por supuesto, a mi amiga Lihuén sin quien yo estaría perdida en el mundo. El regreso a la Feria transcurrió en completo silencio. No había nada que pudiéramos decir aún llegando al Parque en donde los compañeros que se habían dado cuenta de que algo andaba mal esperaban ansiosos por saber qué había pasado. El gesto de Lihuén fue sacudir la cabeza frente a ellos y todos regresaron a sus remolquen sin hacer más comentarios como si hubieran entendido todo lo ocurrido con esa sola expresión. Llegué a mi remolque de la mano de la Adivina. El vacío que sentía se hacía cada vez más evidente para mí misma pero logré cruzar el umbral de la puerta en completa calma para que mi amiga pudiera regresar tranquila a su remolque. Me dio un abrazo y un beso en la frente y se marchó. Yo cerré la puerta despacio como tratando de aletargar el vacío que ya sentía invadirme por completo. Me acosté en la cama y mis lágrimas comenzaron a rodar por mi cara. Quería gritar pero el nudo en mi garganta me lo impedía así que sólo encorvé mi cuerpo subiendo mis rodillas con dirección a mi vientre buscando que aquel sentimiento tan doloroso no fuera tan aplastante. No tenía idea de dónde estaba Dalibor, nadie me dijo dónde había ido el Arlequín ni yo pregunté por él. Creo que también se vuelve hábito el no contar con alguien. Tal vez era mejor así. Qué le hubiera dicho, cómo. No tenía cabeza para pensar en ese momento, sólo dejé que el llanto me ayudara a conciliar el sueño a tan poco tiempo para el amanecer.

    Entre sueños seguía repasando todo lo acontecido esa noche sin lograr entender por qué tenían que haber sucedido así las cosas. No creo merecer esto, no soy malintencionada, no comprendo el porqué. ¿Qué acaso no basta con quitarme al hombre que tanto amo y no puedo sacar de mi corazón, ahora también había que arrebatarme todo rayito de esperanza que se asomaba a mi vida? Estoy furiosa, decepcionada, inconsolable. No alcanzo a comprender por qué tenía que pasarme algo así si se supone que el dolor y la mala fortuna son un castigo para los crueles y los villanos. ¿Seré malvada sin saberlo? Tal vez no haya tal cosa como un castigo para la maldad, o quizás no haya nada ni nadie que se asegure de que cada quien tenga su merecido. De lo único que estoy segura es de esta soledad que resuena en cada poro de mi piel. Probablemente el mundo sólo se conforme de esto y apenas voy abriendo los ojos a esta realidad. No hay nada más, no hay destino ni plan perfecto, no hay finales felices ni magia en el aire, sólo esto. Quisiera que dejara de doler.

*Foto: Yona en Unsplash