lunes, 9 de marzo de 2009

El Péndulo

Péndulo dorado

    “¡De verdad tengo que hacer algo con esas cortinas!”, fue lo que pensé cuando ese necio rayo de luz me despertó una vez más pegando directo sobre mi rostro, justo antes de que mi ser se incorporara por completo y recordara lo sucedido anoche en el Laberinto de Cristal. “¿Realmente pasó?”, repetía sin cesar en mi mente mientras mis ojos escudriñaban en mi remolque en busca de algo que me dijera que había sido un sueño, que yo no había lastimado tanto a alguien que amo, que no había traicionado todo aquello en lo que creía al aceptar vivir en una ilusión falsa, que no me había convertido en un paria como había sucedido ya antes en mi vida, que iba a ser sin más otro rutinario día de trabajo en la Feria...pero no, no podía engañarme aunque quisiera...Dalibor todavía dormía a mi lado, en la mesa aún estaban los platos sin lavar de los cuales probé la cena más insípida de mi haber...o quizás mi sentido del gusto estaba adormecido como el resto de mi cuerpo en respuesta a un dolor tan grande; el libro de ritmos, aquel que ocultaría el testimonio del amor que Layla me tenía, resaltaba un poco de los demás en la repisa.

    Me puse de pie, me acerqué a él, quería abrirlo y cerciorarme de que la rosa morada estaba ahí dentro pero no me atreví siquiera a tocarlo. Los ojos me dolían, mi cara se sentía hinchada y cada paso que daba se sentía pesado, como si mi pena se hubiera convertido en un saco lleno de piedras sobre mis hombros. Mojé un pañuelo y lo puse sobre mis párpados para aliviarlos un poco. Me senté en el banco frente al tocador...”¡¿Y qué hay de mí, qué hay de lo que yo siento por ti, Fénix?!” hacía eco en mi cabeza la voz de Layla. Sentí unas náuseas que me doblaron el cuerpo, me deslicé hasta el suelo y azoté la espalda contra el mueble, la rabia contra mi misma era insoportable. La cama quedaba justo frente a mí y podía ver que Dalibor todavía no despertaba, solté en llanto procurando no hacer ruido y así, con las lágrimas corriendo sobre mis mejillas me quedé un buen rato hasta que el Arlequín mostró señales de vida.

    Al ver que Dalibor estaba por incorporarse limpié y cubrí mi cara con el pañuelo para que no notara mi tristeza. Su saludo fue un poco abrupto pues le impresionó encontrarme sentada en el suelo con el rostro cubierto pero después de inventarle una excusa como que “me dolía la cabeza porque había tenido pesadillas y no había podido descansar bien” se quedó más tranquilo.
    - “Ven, tranquila...¿Qué soñaste?”, dijo mientras me hacía una seña con la mano invitándome a recostarme junto a él.
    - “El miedo me ahogaba, quería gritar y no podía”, alcancé a responderle antes de que se me hiciera un nudo en la garganta y me ganara el llanto.
    - “No te preocupes, estás conmigo”, expresó el Arlequín mientras dirigía mi cabeza a su pecho.

    No dije más, me quedé recostada sobre él con la mirada perdida. Mi mente quedó en blanco. Por un momento todo lo que podía escuchar eran mis sollozos y los latidos de su corazón perfectamente sincronizados como si fueran parte de la misma canción...¿O es que no lo eran? Mis lágrimas nos mojaban a ambos. Él me acariciaba la cabeza y el cabello en señal de protección más a mi lo que me dolía era el pecho como si el corazón mismo se encogiera, se hundiera o se redujera a pedazos.

    Al cabo de un rato, con el pretexto de conseguir algo de desayunar, dejé a Dalibor en el remolque y salí por un poco de aire fresco pues me era difícil respirar ahí encerrada. Para mi sorpresa el que estuviera a la intemperie no me ayudaba nada a recuperar el aliento. Me mareé un poco así que decidí sentarme en los escalones de la entrada a mi casa pero ni bien terminé de acomodarme cuando el recuerdo del lugar en donde conocí a Layla llegó a mi mente como si me clavaran una flecha en el corazón. Me estremecí y me levanté en ese instante pero no tardé mucho en darme cuenta de que todo el parque estaba impregnado de ella, de nuestras risas, de nuestros planes...como si uno de sus lienzos se hubiera salpicado de pintura...y a mi pesar, también la imaginaba creando algo hermoso sobre él sin importar la inconveniencia. El ajetreo de la mañana interrumpió mis reflexiones y me hizo recobrar el rumbo. Se me ocurrió ir a casa de Lihuén por un poco de café, después de todo le había dicho a Dalibor que iba a conseguir algo de desayunar y no podía llegar con las manos vacías a pesar de que teníamos ya todo lo que necesitábamos en la casa.

    Al acercarme a tan inusual remolque pude escuchar música y tarareos, era mi amiga la adivina haciendo su acostumbrada limpieza matutina para poder iniciar otra jornada de trabajo. Hierbas, agua con sal marina, velas, incienso...definitivamente no era una limpieza común, pero yo no hacía más preguntas desde que me explicó que era algo que tenía que hacerse para evitar desgracias. Al verme por la ventana salió a mi encuentro inmediatamente para darme la bienvenida con un abrazo. Su expresión era de sorpresa y de preocupación...no sé qué tan mal me haya visto para que me llevara de la mano hasta recostarme en su cama sin decir una sola palabra. Acomodó una almohada bajo mi cabeza y me quitó el cabello del rostro, yo sólo la veía fijamente sin poder hablar. Después de unos minutos con ella sentada a mi lado por fin rompimos el cruel silencio...
    - “Voy a traerte un poco de té, te sentirás mejor”, afirmó Lihuén mientras tomaba fuerza para ponerse de pie.
    - “No te molestes, no tengo estómago para tomar nada, muchas gracias”, respondí tomándola del brazo para que no se levantara.
    - “Fénix, no puedes seguir así, debemos regresar con el médico...tus malestares te están sobrepasando”, afirmó pensando que el dolor que sentía era más bien físico.

    No la saqué de su afirmación, no le dije que el dolor que sentía venía más de mi alma que de mi cuerpo...pero ciertamente el hecho de que no supiera lo que pasaba dentro de mi propia piel no ayudaba para nada a la situación. Quería saber cómo sanarme pero una excursión por el pueblo bajo miradas juiciosas rumbo a un orfanato olvidado en la miseria para ver a un doctor controvertido no era mi idea de mejora.
    - “Por favor, Lihuén, no me hagas volver a ese lugar, no ahora. Dime que hay otra manera de saber si mis sospechas son ciertas”, le dije a mi amiga con clara tristeza en la mirada.
    - “¿Hace cuánto que tienes la duda?”, preguntó pensativa.
    - “Casi tres lunas”, contesté.
    - “Tal vez se pueda hacer algo”, susurró para sí y se puso de pie. Caminó hacia su pesado armario de madera antiguo y abrió una de las puertas. De uno de los compartimentos superiores sacó un pequeño alhajero de plata labrada y lo puso sobre la cama junto a mí después de cerrar la puerta tras ella. Del alhajero sacó un péndulo de cobre pulido de en medio del forro aterciopelado y continuó...”El péndulo puede ayudarnos a conocer de dónde provienen tus malestares”.

    Me pidió que me acostara boca arriba perfectamente estirada y con los brazos relajados a mis costados. La atmósfera dentro de la casa se volvía densa con el embriagante aroma del incienso de copal y el movimiento circular del péndulo sobre mi cuerpo. Las sombras danzantes me confundían así que preferí cerrar los ojos. Podía escuchar a Lihuén hablar en un idioma que no conozco como si platicara con su instrumento de adivinación...sonido que en mi mente se entremezclaba con los recuerdos de tiempos mejores que no volverán. Después de un rato sentí un pinchazo helado en el pecho. El péndulo se había detenido justo sobre mi corazón...
    - “Por lo menos ha demostrado que reconoce un corazón roto”, dije irónica antes de que mi amiga pusiera sus dedos sobre mis labios haciéndome guardar silencio.
    - “No entiendo su respuesta”, murmuró con expresión de confusión. Me jaló del brazo para que me levantara de la cama y me llevó hasta la mesa en donde da sus consultas, descubrió mi vientre y con cuidado empujó mi frente hacia atrás para que mi mirada quedara en el techo. Se sentó frente a mí y dejó que el péndulo colgara entre mi pecho y mis piernas. Me pidió que no me moviera así que como pude forcé mi mirada hacia el instrumento pues sentía curiosidad y noté un movimiento un tanto extraño, abrupto y violento de adelante hacia atrás...y de pronto nada, se había detenido por completo. Mi amiga se veía consternada, su expresión me preocupó mucho. Se recargó en el respaldo de la silla y repitió...”No entiendo su respuesta”.
    - “¿Qué fue lo que preguntaste?”, inquirí con nerviosismo.
    - “Creo que sí debemos ir con el médico, puede ser que la prueba no haya funcionado porque debe realizarse sin dudas y de preferencia a la séptima luna de la espera...si no es eso, de verdad no lo entiendo”, replicó la adivina todavía confundida.

    Le agradecí el esfuerzo y le expliqué que necesitaba un poco de café para el desayuno. Sin titubeos tomó una taza, la llenó con granos recién molidos y la colocó en mis manos. Después de prometerle que iríamos al pueblo a visitar al doctor tan pronto me sintiera con fuerza suficiente para enfrentar esa cruda realidad, salí de su remolque para regresar a casa.

    Empecé a recorrer la feria como alma en pena con más ansiedad que ganas de moverme pensando en que la caricaturista era la única persona que podría encontrarme en cualquier lugar donde me escondiera...”la caricaturista” como la llama Dalibor, para mí era mucho más que eso. Pasé un largo tiempo tratando de definir quién era ella y quién era ella para mí pero hasta ahora es que tengo otra pequeña pista: A pesar de que Lihuén es mi guía y contacto entre varios mundos, Layla era el toque mágico en mi vida. Mientras el mundo se me cerraba porque el Arlequín no aparecía, la comida escaseaba y mis malestares eran menos llevaderos, ella me hablaba de belleza, de música y de sensaciones, escribía poesía y me enseñaba que un pensamiento podía plasmarse en color, me dio esperanza, valor y hasta convirtió mi piel en obra de arte...esa es Layla, fui suya y fue mía, fuimos cómplices y confidentes...casi la dejo llevarme a ese mundo idílico y casi fuimos felices.

    Después de que Dalibor salió del remolque para reunirse con sus compañeros de número pasé el resto del día ensayando en casa. No quería salir, no me atrevía, ensayé hasta el punto del desmayo por la fuerza que aplicaba en cada golpe. Mis manos estaban enrojecidas, un tanto entumidas pero ese dolor no se comparaba con la desesperación que sentía por ir a buscarla, por ver si seguía en su tienda, si estaba bien, si podría perdonarme algún día. Ardía en rabia y la culpa me consumía pero no la molesté. La extraño tanto...pero ya bastante mal le hice, así que espero que escuche mis tambores, después de todo esta canción es por y para ella...espero que se entere algún día.