martes, 8 de julio de 2008

Cuatro Rosas Rojas

Rosa roja congelada

    Qué difícil es arreglarme para salir últimamente, supongo que he perdido práctica. El delineado de los ojos que era tan rutinario para mí se convirtió en toda una hazaña esta noche, no recordaba la cantidad exacta de polvo o de sombras a utilizar, el rubor desapareció misteriosamente de mi bolsa de maquillaje…en fin, después de dos horas de ardua labor por quedar inmaculadamente bella para la cita en el pueblo que me pidió Dalibor, quedé convencida de que una cena a la luz de las velas podría no ser suficiente recompensa para tanto trabajo en mi apariencia…aunque si había insistido tanto era porque debía tener algo importante en mente. No voy a mentir, ya sabía lo que pasaba…y la sola idea me ponía un poco nerviosa. Hoy podría ser el punto sin retorno, el día del cierre del trato y la declaración de que pertenecería a él para toda la vida…si es que se puede llamar vida a una existencia difuminada de total sumisión y entrega hacia quien clamaba ser “mi fiel compañero”. Sabía lo que traía entre manos, o para ser más precisos, escondido entre los pliegues de su mejor saco. No me emocionaba, sé que muchas mujeres en mi lugar estarían más que ilusionadas pero yo sólo veía mi futuro como un interminable día de espera como tantos que le he dedicado al arlequín, siempre aguardando su regreso, su atención, su devoción, su reconocimiento…al “él” de antes. Muy dentro de mí sabía que esos tiempos no iban a volver, mas el pensamiento de dejarlo me aterrorizaba más que esas noches en vela que he pasado angustiada por su paradero. Estaba decidido, si hoy era el día le diría que sí…he dado tanto por Dalibor que el “volver a empezar” lo veía si no imposible por lo menos lo suficientemente alejado de mí como para que no me alcanzara, cambié mi camino por él y ahora pensaba seguirlo hasta el final.

    La velada sí fue especial, por lo menos hasta la parte en que llegó a tiempo para irnos al restaurante juntos y me regaló una rosa roja, como solía hacerlo recién empezamos nuestra relación. Los platillos servidos fueron impresionantes, cosa que ayudó mucho para al menos evitar un poco esos silencios incómodos que habían plagado nuestros momentos compartidos a lo largo de estos últimos meses, hasta nos hicieron recordar nuestra primera cita hacía ya tanto tiempo en donde la cena fue espectacular y nos arrancaron un par de sonrisas con tal despliegue gastronómico. La música del lugar, la luz de las velas, el vino, el murmullo de la gente, el sonar de los platos, el aroma de los condimentos…todo era majestuoso.

    La estábamos pasando muy bien hasta que a la mitad del postre el tono de la conversación cambió drásticamente. Se puso serio, tomó mi mano y la besó, me miró a los ojos - acción que me sobresaltó un poco pues había pasado mucho tiempo sin que lo hiciera – y suspiró.
    - “Fénix, tenemos que hablar seriamente. Creo que nuestra relación debe madurar junto con nosotros, llevamos mucho tiempo juntos y es inaceptable que no hayamos formalizado nada todavía. Ahora te pregunto…¿Quieres seguir a mi lado y ser mi mujer?”, dijo Dalibor con aire sobrio mientras sacaba de su saco un anillo de compromiso tan opaco como su anterior propuesta y buscando una respuesta en mi expresión apática y hasta un tanto aburrida.
    - “Claro que quiero seguir a tu lado”, le respondí sin más, puse el anillo en mi dedo y seguí comiendo mi postre. No hubo besos, sólo un abrazo que me hacía obvia esa aura de conformismo que me ahogaba y me hacía sentir segura al mismo tiempo, no habría más sorpresas, con él sabía exactamente hacia dónde iba…o dónde me quedaba.
    - “Bien…sabía que no me fallarías”, exclamó El Arlequín reacomodándose en su asiento como si el evento de que me propusiera matrimonio hubiera sido una interrupción a la cena que estaba disfrutando tanto, tomó aliento de nuevo y continuó, “Por cierto, hay algunos rumores de que te han visto merodeando en la feria con Layla, creí haberte dicho que esa mujer no me inspira confianza y pienso que deberías mantener tu distancia”.
    - “Layla no le hace mal a nadie, me gusta platicar con ella, por lo menos tiene ideas interesantes y eso es difícil de encontrar en el parque”, respondí un tanto cortante, después de todo mi amistad con la caricaturista era asunto mío y no tenía por qué pedir opiniones…o aceptarlas sin previo requerimiento.
    - “No tienes por qué ser grosera conmigo, de una vez te digo que ese tono no me gusta nada. Sólo trato de aconsejarte…aunque ni debería preocuparme, con los preparativos para la boda difícilmente tendrás tanto tiempo libre como para estar haciendo nuevas amistades”, replicó Dalibor despectivamente, muy molesto por mi actitud.
    - “¿Entonces es tarea mía preparar todo?”, pregunté con expresión nerviosa tratando de desviar su atención y calmarlo un poco.
    - “Claro, Fénix, con mi trabajo no me daría tiempo de ver esas cosas. Además, es trabajo de la mujer preparar su boda, ¿No?”, me contestó Dalibor un tanto sarcástico haciéndome sentir mal por el hecho de haber dejado mi empleo, odiaba depender de él y lo sabía.

    El resto de la velada no fue tan impresionante. Todo siguió rutinariamente, el retorno a casa, la transformación del vestido, la sesión de cama, el insomnio, las lágrimas escondidas, el conformismo, el miedo, el arrepentimiento…pero no puedo esperar a ver la nueva caricatura de la semana.