sábado, 20 de septiembre de 2008

El Ojo del Huracán

Cielo agitado al atardecer

    El día de hoy fue particularmente difícil levantarme de la cama. Sentía el cuerpo roto, mis piernas parecían pesar una tonelada, mi cabeza retumbaba tanto que ni siquiera me dejaba pensar, mis oídos zumbaban, mis manos y mi visión temblaban, las náuseas eran insoportables, tenía un nudo en la garganta que no me permitía respirar bien pues sentía que era tan grande que también me oprimía el pecho…creo que mis emociones se manifestaban físicamente.

    Estuve recostada por horas esperando que pasaran mis malestares, eso había funcionado en los últimos días pero hoy era diferente y lo único que quería era quedarme bajo las cobijas…aunque había un problema, hoy era la celebración de la centésima función del número en el que actuaba Dalibor, así que no sólo debía levantarme sino que estaba obligada a arreglarme impecablemente y salir de casa para tal faena. Como pude tomé fuerza y me puse en pie, caminé hacia la regadera y dejé el agua correr unos segundos antes de intentar meterme. El tiempo parecía escaparse muy rápido, la luz ya era la del ocaso y yo batallaba y tardaba demasiado en completar las tareas más simples, como el tomar una ducha. Salí del baño, me puse algo de ropa e intentaba cepillarme el cabello, sólo que me agotaba mucho el estar parada así que tomaba unos minutos para sentarme a descansar frente al tocador mientras me arreglaba. No entendía por qué estaba tan exhausta.

    Al entrar el arlequín al remolque me vio sentada en la banquita frente al espejo, todavía sin maquillar, apoyando los antebrazos sobre las piernas y con la cabeza baja. Pensé que iba a enfurecerse porque yo no estaba lista aún pero al contrario, me ayudó a llegar a la cama de nuevo y me recosté. Casi quedándome dormida le expliqué a Dalibor lo mal que me sentía. También le dije que si él me lo pedía iría a la celebración a pesar de eso pues quería estar con él. Sólo vi cómo hacía una mueca con la boca y me respondió dulcemente que no era necesario, que sus amigos estarían ahí y que regresaría a casa más temprano para celebrar conmigo. Cerré los ojos y escuché cómo salió de casa. No podía evitar sentirme culpable, es una celebración importante.

    Entre sueños me decía a mi misma que debía levantarme e ir a la zona de comida en donde se llevaba a cabo la fiesta más no lo logré…de haber sabido lo que vendría después sin duda me hubiera esforzado más. Lo que parecieron segundos después escuché la puerta del remolque azotarse, era el arlequín que regresaba del festejo…
    - “¿Sigues ahí? ¡No puedo creer que ni siquiera te hayas cambiado de ropa en todo este tiempo!”, dijo Dalibor recién me vio en la misma posición en la que me había dejado.
    - “Intenté levantarme pero no pude…”, le respondía pero ni siquiera me dejó terminar la frase.
    - “¡Clásico…no se puede contar contigo para nada!..”, gritaba el arlequín sin control. Yo estaba perpleja por su actitud.
    - “…pero si me dijiste que no era necesario que yo fuera, que estarían tus amigos ahí…”, le dije mientras hizo una pausa entre sus gritos aunque era obvio que no quería escucharme.
    - “¡No fue ninguno de mis amigos, Fénix, ni tú…me sentí abandonado!”. La ira en su mirada era notoria. Yo no sabía qué decirle ni cómo arreglarlo, me sentía mal por él. Siguió…“¡No me importa si todo el mundo me deja solo, así me iré a celebrar!”.
    - “Voy contigo”, afirmé mientras me ponía de pie lo más rápido que pude a pesar de los mareos.
    - “¡No, no te quiero conmigo ahora! ¿Te sientes muy mal, no? ¡Tú te quedas aquí a hacer lo que mejor haces para la relación…nada…es eso lo que ofreces!”, gritó el arlequín mientras me empujaba de vuelta a la cama y azotó la puerta a su salida de casa.

    Me levanté de nuevo, me puse los primeros zapatos que hallé bajo la cama pues mis lágrimas no me dejaban ver más allá de mi nariz y salí lo más rápido que pude pero ya había desaparecido. Di una vuelta por la feria más ya era tarde y la mayoría de los trabajadores estaban ya disponiéndose a dormir. Decidí visitar la taberna del pueblo, sólo había una abierta a estas horas y como había olido alcohol en el aliento de Dalibor varias noches supuse que podría estar ahí. Me armé de valor y fui hasta allá más no lo encontré. Los pueblerinos me veían raro, susurraban a mis espaldas, no entendí por qué.

    Regresé a casa derrotada, sintiéndome peor que nunca, no olvidaba lo que me había gritado. ¿De verdad eso pensaba de mí o sólo estaba muy enfadado? Me cambié de ropa, me senté en la cama a esperarlo aunque esta vez dudaba si iba a regresar siquiera. El silencio y la ansiedad eran insufribles. Quería noticias de él, las que fueran…nada llegaba, sólo pasaban las horas. El nudo en la garganta parecía ahogarme para entonces. Estaba agotada, desesperada, el solo pasar de los minutos dolía como no lo había vivido antes. No podía llorar más, no podía cerrar los ojos de lo hinchados que los tenía, me pasaban miles de ideas por la cabeza…necesitaba hablar con alguien.

    Volví a salir del remolque para encontrarme con una noche estrellada y hermosa como en las que solíamos pasear Dalibor y yo antes de que nos alcanzara esta situación terrible en la que estamos. El constante chirrido de los grillos, que antes para mí eran una canción de cuna, me ponían melancólica y me desesperaban aún más. ¿No es extraño lo que extrañamos de la pareja cuando no está con nosotros? Preferiría mil veces estar escuchando sus incesantes ronquidos al rítmico cantar de la naturaleza en este momento. Me abracé para protegerme del frío y me dirigí a la tienda de Layla, sabía que ella me ayudaría.

    No tengo idea de la expresión que yo tenía cuando llegué con mi amiga, ella sólo corrió la puerta de la entrada, me vio con angustia y me sentó a la mesa. Me dio una taza de té y se sentó a mi lado esperando a que yo empezara a hablar. No sé cuánto tiempo pasé con la mirada clavada en la taza, veía mi reflejo pero no me reconocía en tal. Por mi mente no pasaban más ideas, las habían reemplazado un zumbido, un vacío y un pesar indescriptibles. Le conté a Layla lo que había sucedido más no sé cuán coherentes fueron mis palabras.

    Ella sostuvo mi mano mientras terminé mi té, me llevó hasta su cama donde me arropó y se sentó a mi lado como si pretendiera velar mi sueño. Pasé mi mano por su espalda y levanté las cobijas invitándola a arroparse también. Con los ojos cerrados le conté la historia de mi vida, mi pasado, mi presente, mis más grandes temores y mis ya inalcanzables sueños, mis ilusiones, mis rencores, mis alegrías y decepciones…hablé hasta que el nudo en la garganta parecía disiparse y ella escuchó atentamente compartiendo sonrisas, lágrimas y frustraciones. Esa noche en la cama de Layla me sentí amada y apoyada como nunca antes. Al tocar mi piel ella lograba transmitirme ese calor que Dalibor me había negado tanto tiempo. Con un beso me hizo sentir que su promesa de estar a mi lado siempre era real y no sólo palabras al viento como en muchos otros casos. Sus brazos fueron un oasis entre tanto caos a mi alrededor, el ojo del huracán.

    Si lo que hicimos esa noche estuvo bien o mal no sabría decirlo, lo cierto es que el ver el amanecer sus ojos me dio el aliento que necesitaba para no dejarme caer como antes. Ahora tenía algo por qué salir adelante, un propósito…y era salir de ahí con ella.
    - “No tienes que regresar a buscar a Dalibor, ¿Sabes?”, dijo Layla acariciándome el cabello y continuó,“Podrías quedarte aquí conmigo hasta que partamos”.
    - “Sólo quiero asegurarme de que está bien y quizás recoger algunas cosas”, respondí mientras me levantaba de la cama para volverme a vestir.
    - “Fénix, hay algo que quiero decirte desde hace tiempo…”, comentó la caricaturista mordiéndose los labios...,“Te…”.
    - “No lo digas, cada vez que se pronuncian esas palabras pasa algo para que nos arrepintamos de haberlas dicho”, la interrumpí y seguí, “…pero yo también”.

martes, 9 de septiembre de 2008

Falsas Esperanzas

Ojo cerrado con una lágrima

    Hoy es día libre para los trabajadores de la feria, no que eso signifique mucho para mí desde que no tengo trabajo pero por lo menos podría tener alguien con quien platicar sin que me diga que está muy ocupado. Después de preparar algo de comer para Dalibor y para mí me dispuse a arreglarme un poco para salir del remolque en búsqueda de nuevas conversaciones. Dejé el desayuno del arlequín sobre la mesa y me metí en la ducha, después de varios días de asueto en los que intenté despertarlo para que desayunara conmigo por fin entendí que no iba a levantarse temprano en su día libre porque “trabaja muy duro para mantenernos y necesita descansar”.

    No importa, disfruto mucho la hora del baño, es un excelente espacio para pensar lejos de la presión de los demás. Hay algo sobre el agua tibia que me relaja mucho, tanto que a veces la “hora” del baño resulta ser un poco más que ese tiempo. En la ducha todo iba como de costumbre, repasaba en mi cabeza conversaciones, ritmos, experiencias, todo aquello que he vivido hasta el momento y que de cierta forma ha dejado huella en mí…curiosamente, dentro de esos pensamientos no hay ningún “plan”. Ja, ni en privado quiero hacerle frente a ese tema en particular. Estaba inmersa en mis propias ideas cuando de pronto sentí un chorro de agua helada correrme por la espalda. Grité con todo el aire que tenía en los pulmones y corrí la cortina del baño para encontrar la cara de Dalibor con expresión de travesura justo como solía bromear conmigo cuando recién empezábamos a salir, pero antes de que pudiera decir algo se metió en la ducha conmigo. No puedo negarlo, estaba muy sorprendida de que hiciera tal cosa. Hubiera podido jurar que el arlequín había perdido completamente el interés en tener intimidad conmigo pues hacía semanas que ni siquiera volteaba a verme. Pasamos un buen rato bajo el chorro de agua, todo el tiempo que nos llevó recordar lo bien que la pasábamos juntos y lo mucho que nos gustábamos en un principio.

    Al terminar el baño, me secó con todo cuidado y nos dirigimos a la recámara, en donde seguimos con nuestra faena de reencuentro que para mi pesar, me hizo reconsiderar todas las decisiones que había tomado al respecto de nuestra relación. Yo sé que suena patético olvidar meses de negligencia y dolor por un solo día de devoción, lo tengo bien presente, pero esa reacción fue inevitable. Estuvimos en la cama recordando viejos tiempos, haciéndonos cosquillas, riéndonos de nuestras peripecias, repasando cada ápice de alegría juntos y cuando el momento pasó, él alcanzó la comida que había preparado y me admiraba mientras escogía un atuendo para el día.
    - “¿Vas a salir hoy?”, preguntó Dalibor todavía con un poco de avena fría en la boca.
    - “Pensaba dar un paseo por el parque en lo que vas a atender tus asuntos”, respondí con voz amable y algo confusa pues no me hacía esa pregunta con mucha frecuencia, al menos no últimamente.
    - “Quédate conmigo hoy, no tenemos que salir de aquí”, me pidió el arlequín con una sonrisa tímida y una mirada insistente.

    Accedí a lo que me pidió que no es para sorprenderse, en el momento en que me lo dijo parecía un gesto de ternura más que una orden, aunque ahora al revivirlo suena como que no tenía muchas opciones si es que no quería otra pelea con él, después de todo yo “no tengo nada qué hacer y mi vida está resuelta”. Dejé la ropa a un lado y regresé a la cama. Me senté recargada en la cabecera con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos…por alguna razón sentía que lo que estaba haciendo estaba mal, sentía que me defraudaba a mí misma y a Layla a quien le había dicho que no quería estar más con Dalibor pero estaba hipnotizada por su atención ahora. Supongo que muy dentro de mí conservaba la esperanza de que todo funcionara como antes entre él y yo…y que no era tarde para dar marcha atrás a mis planes de abandonarlo todo en la feria. Quería saber sin lugar a dudas la posición del arlequín en mi vida.

    - “¿Sabes? No hemos hecho ningún arreglo para la boda que queríamos”, comenté con fingida casualidad mientras él dejaba a un lado el plato vacío del desayuno.
    - “Pues, supuse que me dirías exactamente qué quieres para ese día para calcular cuánto hay que gastar”, respondió algo incómodo y siguió, “…además, no es como si tuviéramos prisa o mucho dinero”.
    - “No hay prisa, es sólo que pensé que tus planes de una familia eran a corto plazo”, le dije al arlequín volteando la mirada hacia un lado…no creí jamás escucharme a mi misma pronunciando esas palabras.
    - “¿Estás diciendo que quieres hijos en esta situación?”, preguntó con una mirada de incredulidad y afirmó, “Pensé que la sola idea de una familia te causaba escalofrío”.
    - “Bueno, es que hay cosas que se planean y cosas que no”, dije sin pensar. - “¡¿Cómo qué cosas, qué estás diciendo, Fénix?!”, exclamó aterrado mientras me veía directo a los ojos.
    - “No te asustes, no pasa nada”, le dije con voz suave tratando de calmarlo y continué, “…sólo que me gustaría saber qué pasaría en dado caso de que un pequeño artista se nos adelante a los planes”.
    - “Eso no pasará, no creo que seas tan imprudente como para embarazarte en estas circunstancias, mi hijo merece lo mejor y por ahora no lo tengo”, respondió cortante y altanero, como era su costumbre.

    Me quedé muda un instante. No podía dejar de preguntarme si eso de que “su hijo merece lo mejor y por el momento no lo tenía” se refería a mí de cierta manera y que por eso no había insistido con los planes de la boda que hace tiempo era prioritaria para él. El momento de felicidad definitivamente había pasado y estábamos de regreso en la incómoda convivencia en la que vivíamos. Su último comentario me había dejado claro qué posición tomaría si es que mis sospechas son ciertas y por supuesto no era tan inspirador como lo esperaba. No lo entiendo. ¿Qué no era eso lo que él quería? Insistía tanto. De igual manera, si es que estoy embarazada de él, no sé si pueda ocultarle algo tan grande e irme sin más. Mi confusión con respecto al arlequín regresaba, tan latente como siempre. Es obvio que él también duda.

    Olvidado el asunto de mi situación “hipotética”, pasamos el resto del día platicando de nuestras actividades…o mejor dicho, él me puso al tanto de lo que sucedía en la feria pues yo perdí el contacto desde que dejé el número. Antes de dormir, la melancolía que nos invadía a ambos era notable.
    - “Dalibor, mis brazos siguen abiertos”, le dije con lágrimas en los ojos.
    - “Y yo no los he cerrado, Fénix…”, me respondió sin poder siquiera terminar la frase y cerramos los ojos como tratando de olvidar la situación en la que estábamos…hasta el día siguiente en que todo comenzaría de nuevo.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Una Nueva Máscara

Máscara de carnaval

    “Está bien, puede que sea tiempo de visitar al médico”, fue lo que pensé mientras veía mi reflejo en el espejo del tocador. Me es tan molesto ir a consulta que espero tanto tiempo como puedo a la expectativa de un acto mágico o milagroso que desaparezca mis malestares – el cual sí llega en la mayoría de las ocasiones – pero esta vez creo que mi cuerpo nada más no está en la disposición de ahorrarme la pesadez de ir a revisión.

    Como pude y a pesar de mi reciente torpeza en cuanto a disimular mis defectos con maquillaje, tapé mis ojeras, hidraté mi rostro para que no se mostrara el tono cenizo que ha adquirido el resto de mi cuerpo, cubrí mis labios de color carmesí que bien o mal daba la impresión de que éstos estaban sanos y no partidos; por mis pestañas retraídas y mi cabello reseco no pude hacer mucho, así que sólo lo recogí procurando no apretarlo demasiado para evitar así el punzante dolor de cabeza de todos los días. Cuando por fin estuve satisfecha con mi aspecto…o mejor dicho menos inconforme, y después de beber toda el agua que quedaba en la jarra, salí en busca de Layla.

    El desayuno con la caricaturista transcurría bastante bien hasta que descubrimos que yo ya no soportaba el olor del cigarro y de la pintura, así que tuvimos que improvisar un día de campo fuera de su tienda para segur platicando.
    - “¿Te sigues sintiendo mal?”, preguntó mi amiga con expresión de angustia.
    - “Más o menos, la buena noticia es que ya conservo casi la mitad de lo que como dentro de mi estomago”, respondí algo sarcástica y burlona tratando de aligerar el ambiente para que no me insistiera en ir al médico.
    - “No es gracioso, Fénix, ya llevas algún tiempo así”, comentó Layla en tono grave y continuó, “¿Qué fue lo que te dijo la adivina, le pediste algún remedio?”.
    - “No le dije nada al respecto”, respondí algo cortante y seguí, “…además, si mi malestar es lo que yo sospecho se necesitará algo más que un té de hierbas para que desaparezca”.

    El silencio que siguió a mi comentario era sepulcral. Layla me miraba atónita, sabía a lo que me refería y también todo lo que implicaba. Nos quedamos mirando cómo el viento levantaba las hojas secas del suelo por un instante y de pronto todo el mundo parecía encogerse. Las atracciones a nuestro alrededor parecían manchones sin contorno y el ruido cotidiano de la feria parecía un delicado susurro lejano en comparación con el estruendo de mi respiración y los latidos de mi corazón.
    - “¿Estás segura? Pensé que no querías que esto sucediera y tomabas tus precauciones”, dijo la caricaturista interrumpiendo la tensión del momento.
    - “No, no estoy segura”, contesté en medio de un suspiro, hice una pausa larga en lo que tomaba valor para lo que diría a continuación, “…pero podría no ser tan malo”.
    - “¿De qué hablas? ¡Esto cambiaría tu vida!”, exclamó mi amiga muy preocupada. - “Exacto, bien podría ser lo que necesito”, comenté todavía meditabunda.
    - “¡¿Lo que necesitas para qué, Fénix, para que el arlequín se quede contigo?!”, dijo Layla con su mirada clavada en mi rostro como buscando una explicación a lo que le estaba diciendo.
    - “No, lo que necesito para motivarme a salir de aquí de una vez por todas”, balbuceé con la mirada perdida mientras mi amiga apenas podía contener su frustración y su sorpresa.
    - “No entiendo”, exclamó la caricaturista moviendo la cabeza y arqueando su cuerpo hacia atrás en signo de desesperación.

    No pude pronunciar palabra en un largo tiempo. Tomé un par de hojas secas que la última ráfaga de viento había dejado cerca de mis pies y las hice polvo con mis manos. Recogí una pequeña rama del suelo y comencé a hacer dibujos en la tierra con ella, una costumbre que tengo desde pequeña cuando necesito tomarme un tiempo para pensar. Tomé aliento un par de veces antes de poder articular algo coherente.
    - “¿Te irías conmigo, Layla?”, le pregunté a mi amiga viéndola directo a los ojos.
    - “¿Irnos, a dónde?”, dijo Layla con expresión de confusión mientras me abrigaba con su bufanda tejida en esperanza de que dejara de tiritar.
    - “Lejos”, pronuncié con la mirada baja, levanté la cara para ver a mi amiga y continué, “Lo único que puedo afirmar con esta vasta duda es que no puedo quedarme más al lado de Dalibor”.
    - “¿Pero y si tus sospechas son ciertas, si hay parte de él en ti?”, preguntó Layla quien todavía no superaba la impresión de mi actitud.
    - “Hay más de él en mi de lo que yo pudiera desear…y ya sea verdad o no lo que sospecho realmente no importa, de igual manera necesito irme de aquí. El Arlequín no tiene por qué enterarse siquiera de que tengo esta duda. Si algo me ha quedado claro con esta situación es que si he de armar una nueva familia, prefiero que sea con alguien que me aprecie, me respete y me comprenda…eso no puede dármelo él”, le expliqué a la caricaturista quien cambió su gesto de confusión por una actitud meditabunda y serena, tomé un respiro y seguí, “Vuelvo a preguntarte, ¿Te irías conmigo, Layla?”.
    - “Vaya familia que sería la nuestra…una familia de fenómenos”, respondió ella entre risas, me dio un abrazo y afirmó, “Sí, Fénix, iré contigo”.

    Pasé el resto del día paseando con Layla por la feria ante la mirada prejuiciosa del resto de los trabajadores del parque, ya nos habíamos acostumbrado a ello y hasta nos causaba algo de gracia aunque era raro no poder estar dentro de su tienda como siempre. Disfruté tanto de la compañía de la caricaturista que no me importó no hacer mi recorrido por el Laberinto de Cristal como tengo acostumbrado y fui directo a casa en donde me esperaba un arlequín algo enfurecido por los rumores que había provocado mi paseo diurno.
    - “Entonces fuiste a ver a la caricaturista hoy también…¿Qué se trae entre manos ahora esa mujer?”, dijo Dalibor apretando los labios y lanzándome una mirada penetrante tratando de intimidarme mostrando su disgusto.
    - “Le pedí que me hiciera una nueva máscara”, respondí sin más y contrarresté su mirada con una sonrisa irónica.