jueves, 9 de octubre de 2008

Idilio

Corazón de cristal roto
    Me fui a la cama particularmente cansada hoy en la madrugada. Pasé la noche entera esperando a Dalibor y puliendo mis tambores pues dadas las circunstancias hablé con el administrador del parque y mis compañeros músicos para que me dejaran regresar a ensayos…no quiero arriesgarme a perderlo todo, no sé cuándo o si me iré con Layla y la comida empieza a agotarse. Me había vuelto completamente dependiente del Arlequín y eso me pesa mucho – quizás tanto como a él - creo que a eso se refería cuando me dijo que yo no aportaba nada a la relación. En fin, estoy convencida de que no hay mejor momento para que regrese a trabajar.

    Sentí que sólo había pasado un instante desde que renuncié a mi espera nocturna y decidí tratar de dormir un poco cuando escuché que se abría la puerta del remolque dejando entrar la suficiente cantidad de luz como para deslumbrarme. Apoyé mi cuerpo sobre mi codo flexionado y con la otra mano traté de hacer un poco de sombra sobre mis ojos para poder enfocar y distinguir la silueta a los pies de la cama. Después de unos segundos la puerta de la entrada se cerró dejándome vislumbrar al Arlequín mirándome fijamente. Me puse de pie de un salto para después quedarme congelada, no sabía qué hacer ni qué decir. Estaba furiosa con él por haberse marchado así pero todavía no estaba segura si había sido por mi culpa, además de que me aliviaba verlo con bien.
    - “Me alegra que estés de regreso”, dije en voz baja.
    - “¿Cómo estás?”, preguntó Dalibor en el mismo tono pero mirándome a los ojos.
    - “Mejor ya que te veo”, afirmé con una sonrisa tímida y pregunté, “¿Tú cómo estás?”.
    - “Bien”, replicó cortante y siguió, “¿Cómo sigues?”.
    - “Un poco mejor, fui al médico con Lihuén, debo regresar a verlo en un par de semanas”, le conté al Arlequín.
    - “¡¿Por qué, qué es lo que tienes?!”, exclamó sorprendido.
    - “Pues creo que podría estar embarazada, pero el doctor me dijo que había que esperar un poco para estar seguros”, le expliqué.
    - “¿Qué, desde hace cuánto sospechas esto?”, preguntó. Iba notando cómo su mirada se llenaba de ira.
    - “Luna y media”, contesté con miedo y continué, “…pero no te lo había dicho porque no quería preocuparte, ni siquiera estoy segura”.
    - “¡Y le contaste a la chismosa de tu amiga en vez de a mí!”, gritó con rabia el Arlequín.
    - “Lihuén no es una chismosa, además ella sabía dónde estaba la oficina del médico”, repliqué tratando de calmarlo.

    Me arrepentía sinceramente de haberle dicho una palabra sobre mis sospechas. Probablemente no era el mejor momento para decirle pero nuestra relación ya es tan volátil que no había ninguna diferencia en contarle ahora, después, antes…el temor constante de que él perdiera los estribos era latente todo el tiempo.
    - “Veo que nada ha cambiado, me voy a trabajar”, expresó frustrado Dalibor, me dio la espalda y antes de salir del remolque afirmó, “El primero que debía enterarse si cargas a mi hijo en el vientre era yo”.

    Para entonces el sueño se me había ido y decidí comenzar la jornada como lo hacía recién había llegado a la feria, hoy era día de ensayo y aunque me tomó mucho más tiempo que antes el estar lista, estaba emocionada pues por primera vez en lo que parece una eternidad me sentía libre, independiente, admirada – “¡Fénix tocará con nosotros!” – exclamaban los músicos nuevos que tanto habían escuchado hablar de mí…y aunque estoy segura de que no todos los rumores son buenos, por lo menos mi destreza en escenario era indiscutible. En la pista me dieron la bienvenida mis compañeros. No voy a mentir, fue algo intimidante para mí encontrarme con tantas caras nuevas pero el ensayo transcurrió excelentemente bien a pesar de los tropezones que tuve por dejar la música tanto tiempo. Todos nos acoplamos maravillosamente y de seguir así podría estar en el número principal de nuevo en unas cuantas semanas. Estaba tan concentrada en aprenderme los nuevos compases que fue hasta que terminamos de ensayar que me di cuenta de que Dalibor me miraba sorprendido desde el otro lado de la pista y sonreía. Me sentía muy aliviada, tranquila – hasta feliz por ver que todavía tenía talento musical, temía haberlo perdido por completo. También me sentí a aliviada porque el Arlequín había vuelto…más me dolía profundamente darme cuenta de que todo seguiría igual.

    Dejé mis instrumentos en mi casa y salí a caminar por el parque. Hacía tiempo había descubierto un rincón desolado detrás de la carpa de juegos de destreza, ahí podría pensar y nadie me molestaría. Me senté sobre el montón de hojas mientras pasaban mil pensamientos por mi cabeza; mi retorno a la música, Layla, Dalibor, mi posible embarazo, Layla, Dalibor…Para mi sorpresa, mi escondite no era tan desolado como yo creía o tal vez ese alguien que escuchaba acercarse me conocía bien.
    - “¡Fénix, sabía que estabas aquí, te he buscado por todas partes!”, exclamó Layla al verme escondida tras la enorme carpa y siguió, “¿Sabes que el Arlequín está de regreso? Acabo de verlo con sus compañeros de número en la pista”.
    - “Sí, hablé con él esta mañana”, respondí algo cortante y con la mirada triste. - “Mmmm…creo saber cómo te fue con eso”, dijo la caricaturista torciendo la boca en tono irónico.
    - “Ja, sí…no fue un gran reencuentro”, le contesté con una sonrisa y volteando la mirada hacia arriba.
    - “Bueno, ya que viste que él está bien podremos marcharnos, no tienes por qué sufrir más. Verás que todo se arreglará en cuanto nos vayamos de aquí”, comentó Layla y continuó, “Te espero mañana en la noche, podemos huir durante su show, así no se dará cuenta. ¿En dónde te veo?”.
    - “En el Laberinto de Cristal”, dije sin más. En el tiempo que me tomó decir estas palabras repasé toda mi relación con el Arlequín; tantas lágrimas, tantos gritos, pero también tantas ilusiones y palabras dulces. No podía creer que terminara así, no podía creer que terminara…pero me cansé de esperar que él se atreviera a soltarme así que tendré que hacerlo yo pues nada va a cambiar, no será como antes jamás y eso había que aceptarlo. Me despedí de Layla con la promesa de encontrarnos a la noche siguiente y regresé a casa.

    Me puse muy nerviosa al encontrar la luz prendida, significaba que Dalibor estaba ahí y yo ya no tenía la menor intención de seguir discutiendo. Me armé de valor y entré aunque fue duro pensar que esa era la última noche que pasaba con él, mi arlequín, mi compañero, mi amante, mi tortura y hasta hacía poco mi razón de ser. Le di un abrazo con la idea de que bien podría ser el último y él me correspondió acariciándome el cabello. Lo besé, lo observé tratando de memorizar cada detalle de su rostro, le acaricié el pecho, no quería soltarlo. Rompí en llanto y aunque él pensaba que eran lágrimas de alivio por su regreso yo tenía algo muy diferente en mente.
    - “Te vi en la pista hoy”, comentó Dalibor con tono de orgullo y preguntó, “¿Regresaste a trabajar?”.
    - “Sí, así podré valerme por mí misma y si mis sospechas son ciertas, también podré hacerme cargo”, respondí con una seguridad que el Arlequín nunca me había escuchado.
    - “De eso quería hablarte”, dijo en voz baja, metió la mano a su bolsillo, sacó un diminuto zapato tejido con estambre blanco y lo puso en mi mano diciendo, “yo también quiero hacerme cargo, perdóname por haber reaccionado así cuando me dijiste”.
    - “Pero ni siquiera estoy segura…”respondí antes de que me interrumpiera.
    - “…No importa, si es que no sucede ahora lo intentaremos de nuevo. Fénix, yo te amo, quiero estar contigo, quiero empezar una familia a tu lado, quiero que tú seas mi familia. No sé qué pasa, no sé por qué nos hacemos tanto daño. Por favor…¿Quieres empezar de nuevo conmigo?”, me dijo Dalibor entre lágrimas.

    Lo abracé y puse mi mano en su nuca para bajar su cabeza al nivel de la mía. Besé sus mejillas para secar su llanto con mis labios y él me tomó por la cintura. Compartimos la cama como solíamos hacerlo cuando recién nos enamoramos y aunque encuentro algo incómodo el hecho de que me abracen para dormir dejé que él lo hiciera tanto como quería. Lo vi dormir, ese ritmo en la respiración me era tan familiar, ese aroma de su piel, esa posición en la que se acomodaba para soñar me era tan predecible…y mientras lo observaba pensaba en lo mucho que extrañaría todo eso si en verdad esa era la última vez que dormía a su lado.

    Me sentí tan culpable, tan confundida. ¿Será cierto lo que me dijo de empezar de nuevo, se podrá o ya es demasiado el dolor que nos hemos provocado el uno al otro como para pretender que podemos escribir una nueva historia? ¿Y Layla, qué voy a hacer con Layla? También quiero estar con ella. Siento que el corazón se me parte en dos, no sé qué hacer. Ojalá pase algo tan importante de aquí a mañana en la noche que me haga tomar una decisión, necesito un factor externo determinante, creo que no puedo decidir sola.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Ambivalencia

Fénix de colores

    - “¿Entonces nunca te enteraste a dónde iba Dalibor cuando tardaba en regresar a casa?”, preguntó mi amiga Lihuén en el camino a la oficina del médico.
    - “No, supuse que estaría en alguna taberna, pero cuando visité la única abierta a esas horas no lo encontré ahí”, respondí mientras trataba de entender por qué los pueblerinos nos criticaban tanto con la mirada…o quizás sólo a mí, no lo sé, pero la situación no ayuda para mis paranoias.
    - “Llegamos, es aquí”, me dijo la adivina señalando el enorme pórtico de hierro del orfanato del pueblo.
    - “¡¿Pero Lihuén, por qué no me dijiste que vendríamos a la enfermería del orfanato? He escuchado muchos rumores sobre este lugar!”, exclamé sorprendida.
    - “No tengas miedo, Fénix, el médico es muy bueno”, comentó Lihuén mientras pasaba su brazo sobre mis hombros y continuó, “…además, es el único en este pueblo que puede ayudarte si acaso las noticias que recibes no son lo que esperas”.

    Corté aliento en esa humilde casa de pesares. El ruido en sus pasillos húmedos y pestilentes era insufrible; gritos, risas, peleas, sollozos y golpeteos de niños sin más familia que sus compañeros de catre con las caras cubiertas de hollín y con más lombrices que pan en el estómago. Durante la consulta, recostada en la mesa de exploración no pude evitar sentir una profunda tristeza por la situación en la que me había metido. Sin prestar mucha atención escuchaba al doctor hablar sobre su oposición a la prohibición de que las mujeres decidan traer al mundo un niño no deseado…y a juzgar por su posición en aquél lugar creo que él sabe bien lo que dice. Al terminar de revisarme lo que me dijo no fue muy alentador, al parecer no había señales determinantes de que estuviera embarazada pero ante la ausencia de mi periodo había que esperar un poco más.

    De regreso a la feria no dije mucho, venía pensando en lo complicadas que serían las cosas si es que en verdad estoy esperando un hijo de Dalibor. Por un lado quería que él se quedara conmigo y por otro, Layla estaba cada vez más presente en mis pensamientos de cada día. Siempre repudié a la gente que se enamoraba de más de una persona a la vez, es más, ni siquiera creía que fuera posible…no pensé jamás estar en estas circunstancias. Después de comer con Lihuén y de agradecerle que me acompañara al médico, me dirigí a la tienda de Layla para contarle mi experiencia…después de todo no era como si me urgiera regresar a mi remolque vacío.

    Al llegar, la caricaturista tenía ya preparada la mesa para tomar el té. El apoyo que sentí por parte de Layla era más de lo que podía pedir y la plática a pesar de mis preocupaciones era muy fluida. Después de que nuestras tazas estuvieran vacías nos sentamos en la cama a discutir sobre a dónde iríamos cuando escapáramos de la feria. Ella proponía ir a otro parque en un condado distinto, yo argumenté unirnos a una caravana de gitanos, ella mencionó que podíamos conseguir un chalet en las montañas, yo pensaba en una cabaña a la orilla del mar, ella habló de cambiar nuestra apariencia, yo respondí que podía buscar un empleo como músico, ella estaba lista para irse al siguiente día…yo no sabía dónde estaba Dalibor.

    De pronto, detrás de ese biombo con motivos orientales las palabras comenzaban a sobrar. El estar en los brazos de Layla podía hacer que me olvidara del resto del mundo en un instante. Sentía que con una sola mirada ella podía enterarse exactamente de lo que ocurría en el fondo de mi alma, y con una sola caricia podía arreglar cualquier disturbio que encontrara en ésta. La caricaturista sabía perfectamente cómo consentirme y en un festín de fresas, chocolate derretido y vino tinto fue que usamos nuestros cuerpos para firmar el juramento de estar juntas por siempre frente a un centenar de máscaras de papel maché como testigos. Caímos exhaustas en la cama y sin más luz que el reflejo del brillo de la Rueda de la Fortuna permanecimos ahí hasta bien entrada la noche platicando como compañeras de toda la vida.

    Ella prendió varias velas y con su destello casi mágico me pidió que me recostara boca abajo en aquel lecho. Sacó algunos pinceles, pintura y polvo dorado y comenzó a dibujar sobre mi espalda como si fuera un lienzo en blanco. El constante cosquilleo de los pinceles me dificultaba enormemente el quedarme inmóvil y ella parecía disfrutar un poco el dulce sufrimiento que me provocaba. Al cabo de unas horas me pidió que me pusiera de pie y acercó un espejo para que pudiera admirar su obra de arte. Mi cuerpo sin más vestimenta que un fénix pintado en toda mi espalda en colores vivos y con un toque de polvo de oro fue sin duda la imagen más impactante y erótica que había visto en mi vida. Le agradecí a Layla infinitamente por el regalo que me había dado, me puse algo de ropa y con un beso me despedí para regresar a casa.

    En mi remolque no podía dejar de repasar en mi mente con una sonrisa todo lo que había pasado en la tienda de la caricaturista aquel día. Estaba muy preocupada y lastimada por el Arlequín pero aún así me sentía feliz porque sabía que Layla no me iba a dejar sola pues ella sería incapaz de herirme así. Mientras admiraba el fénix en mi espalda en el espejo de mi tocador pensaba en lo mucho que compartía con la caricaturista. Ese gusto por el arte, la poesía, la pintura, la música, todo aquello que a Dalibor le parecía una pérdida de tiempo y energía. Él sólo sabía cómo hacer dinero, cómo sobrevivir, y muchas veces me había dicho que su acto como arlequín era sólo “algo que funcionaba”, no algo que expresara su personalidad o su sentir.

    A diferencia de mi novio, Layla no me juzga ni me presiona y eso me hace sentir libre con ella. Puedo platicarle de cualquier cosa sin miedo, sin tapujos, sin velos y eso me da una confianza muy grande. Dalibor, en cambio, me da un sentido de seguridad…y el hecho de que siga enamorada de él no ayuda mucho para elegir. Es muy obvio que los estoy comparando aunque no me guste…y aunque sea de cierta forma imposible pues son personas muy diferentes. Los dos en su oportunidad me han hecho sentir en la cima del mundo, invencible, pero también es lógico que no puedo conservarlos a ambos en mi vida. ¿Será cierto que una sola persona es incapaz de darnos todo aquello que buscamos en una pareja? Probablemente soy muy exigente, quizás siempre habrá “algo” que falte. Por lo pronto me siento mal por ser tan ambivalente con respecto a mi elección y espero que pueda llegar a una conclusión sin daños a terceros…aunque eso sería demasiado pedir dadas las circunstancias.

    Está llegando el amanecer y todavía no hay noticias de mi Arlequín. A estas alturas no me importa si las noticias son buenas o malas siempre y cuando sean de él. No puedo creer que el mero disgusto porque haya faltado a la ceremonia de su espectáculo haya hecho que se marchara de casa y estoy empezando a pensar que era sólo el pretexto que necesitaba para huir…después de todo, ha faltado a ese mismo número todo este tiempo que ha estado desaparecido y eso denota lo poco que le importa. ¿O será que algo grave le pasó? No, no puedo pensar así o la angustia me mataría. Él está bien, sólo está enojado y espera a que pase el coraje para regresar. Porque regresará…espero.

sábado, 20 de septiembre de 2008

El Ojo del Huracán

Cielo agitado al atardecer

    El día de hoy fue particularmente difícil levantarme de la cama. Sentía el cuerpo roto, mis piernas parecían pesar una tonelada, mi cabeza retumbaba tanto que ni siquiera me dejaba pensar, mis oídos zumbaban, mis manos y mi visión temblaban, las náuseas eran insoportables, tenía un nudo en la garganta que no me permitía respirar bien pues sentía que era tan grande que también me oprimía el pecho…creo que mis emociones se manifestaban físicamente.

    Estuve recostada por horas esperando que pasaran mis malestares, eso había funcionado en los últimos días pero hoy era diferente y lo único que quería era quedarme bajo las cobijas…aunque había un problema, hoy era la celebración de la centésima función del número en el que actuaba Dalibor, así que no sólo debía levantarme sino que estaba obligada a arreglarme impecablemente y salir de casa para tal faena. Como pude tomé fuerza y me puse en pie, caminé hacia la regadera y dejé el agua correr unos segundos antes de intentar meterme. El tiempo parecía escaparse muy rápido, la luz ya era la del ocaso y yo batallaba y tardaba demasiado en completar las tareas más simples, como el tomar una ducha. Salí del baño, me puse algo de ropa e intentaba cepillarme el cabello, sólo que me agotaba mucho el estar parada así que tomaba unos minutos para sentarme a descansar frente al tocador mientras me arreglaba. No entendía por qué estaba tan exhausta.

    Al entrar el arlequín al remolque me vio sentada en la banquita frente al espejo, todavía sin maquillar, apoyando los antebrazos sobre las piernas y con la cabeza baja. Pensé que iba a enfurecerse porque yo no estaba lista aún pero al contrario, me ayudó a llegar a la cama de nuevo y me recosté. Casi quedándome dormida le expliqué a Dalibor lo mal que me sentía. También le dije que si él me lo pedía iría a la celebración a pesar de eso pues quería estar con él. Sólo vi cómo hacía una mueca con la boca y me respondió dulcemente que no era necesario, que sus amigos estarían ahí y que regresaría a casa más temprano para celebrar conmigo. Cerré los ojos y escuché cómo salió de casa. No podía evitar sentirme culpable, es una celebración importante.

    Entre sueños me decía a mi misma que debía levantarme e ir a la zona de comida en donde se llevaba a cabo la fiesta más no lo logré…de haber sabido lo que vendría después sin duda me hubiera esforzado más. Lo que parecieron segundos después escuché la puerta del remolque azotarse, era el arlequín que regresaba del festejo…
    - “¿Sigues ahí? ¡No puedo creer que ni siquiera te hayas cambiado de ropa en todo este tiempo!”, dijo Dalibor recién me vio en la misma posición en la que me había dejado.
    - “Intenté levantarme pero no pude…”, le respondía pero ni siquiera me dejó terminar la frase.
    - “¡Clásico…no se puede contar contigo para nada!..”, gritaba el arlequín sin control. Yo estaba perpleja por su actitud.
    - “…pero si me dijiste que no era necesario que yo fuera, que estarían tus amigos ahí…”, le dije mientras hizo una pausa entre sus gritos aunque era obvio que no quería escucharme.
    - “¡No fue ninguno de mis amigos, Fénix, ni tú…me sentí abandonado!”. La ira en su mirada era notoria. Yo no sabía qué decirle ni cómo arreglarlo, me sentía mal por él. Siguió…“¡No me importa si todo el mundo me deja solo, así me iré a celebrar!”.
    - “Voy contigo”, afirmé mientras me ponía de pie lo más rápido que pude a pesar de los mareos.
    - “¡No, no te quiero conmigo ahora! ¿Te sientes muy mal, no? ¡Tú te quedas aquí a hacer lo que mejor haces para la relación…nada…es eso lo que ofreces!”, gritó el arlequín mientras me empujaba de vuelta a la cama y azotó la puerta a su salida de casa.

    Me levanté de nuevo, me puse los primeros zapatos que hallé bajo la cama pues mis lágrimas no me dejaban ver más allá de mi nariz y salí lo más rápido que pude pero ya había desaparecido. Di una vuelta por la feria más ya era tarde y la mayoría de los trabajadores estaban ya disponiéndose a dormir. Decidí visitar la taberna del pueblo, sólo había una abierta a estas horas y como había olido alcohol en el aliento de Dalibor varias noches supuse que podría estar ahí. Me armé de valor y fui hasta allá más no lo encontré. Los pueblerinos me veían raro, susurraban a mis espaldas, no entendí por qué.

    Regresé a casa derrotada, sintiéndome peor que nunca, no olvidaba lo que me había gritado. ¿De verdad eso pensaba de mí o sólo estaba muy enfadado? Me cambié de ropa, me senté en la cama a esperarlo aunque esta vez dudaba si iba a regresar siquiera. El silencio y la ansiedad eran insufribles. Quería noticias de él, las que fueran…nada llegaba, sólo pasaban las horas. El nudo en la garganta parecía ahogarme para entonces. Estaba agotada, desesperada, el solo pasar de los minutos dolía como no lo había vivido antes. No podía llorar más, no podía cerrar los ojos de lo hinchados que los tenía, me pasaban miles de ideas por la cabeza…necesitaba hablar con alguien.

    Volví a salir del remolque para encontrarme con una noche estrellada y hermosa como en las que solíamos pasear Dalibor y yo antes de que nos alcanzara esta situación terrible en la que estamos. El constante chirrido de los grillos, que antes para mí eran una canción de cuna, me ponían melancólica y me desesperaban aún más. ¿No es extraño lo que extrañamos de la pareja cuando no está con nosotros? Preferiría mil veces estar escuchando sus incesantes ronquidos al rítmico cantar de la naturaleza en este momento. Me abracé para protegerme del frío y me dirigí a la tienda de Layla, sabía que ella me ayudaría.

    No tengo idea de la expresión que yo tenía cuando llegué con mi amiga, ella sólo corrió la puerta de la entrada, me vio con angustia y me sentó a la mesa. Me dio una taza de té y se sentó a mi lado esperando a que yo empezara a hablar. No sé cuánto tiempo pasé con la mirada clavada en la taza, veía mi reflejo pero no me reconocía en tal. Por mi mente no pasaban más ideas, las habían reemplazado un zumbido, un vacío y un pesar indescriptibles. Le conté a Layla lo que había sucedido más no sé cuán coherentes fueron mis palabras.

    Ella sostuvo mi mano mientras terminé mi té, me llevó hasta su cama donde me arropó y se sentó a mi lado como si pretendiera velar mi sueño. Pasé mi mano por su espalda y levanté las cobijas invitándola a arroparse también. Con los ojos cerrados le conté la historia de mi vida, mi pasado, mi presente, mis más grandes temores y mis ya inalcanzables sueños, mis ilusiones, mis rencores, mis alegrías y decepciones…hablé hasta que el nudo en la garganta parecía disiparse y ella escuchó atentamente compartiendo sonrisas, lágrimas y frustraciones. Esa noche en la cama de Layla me sentí amada y apoyada como nunca antes. Al tocar mi piel ella lograba transmitirme ese calor que Dalibor me había negado tanto tiempo. Con un beso me hizo sentir que su promesa de estar a mi lado siempre era real y no sólo palabras al viento como en muchos otros casos. Sus brazos fueron un oasis entre tanto caos a mi alrededor, el ojo del huracán.

    Si lo que hicimos esa noche estuvo bien o mal no sabría decirlo, lo cierto es que el ver el amanecer sus ojos me dio el aliento que necesitaba para no dejarme caer como antes. Ahora tenía algo por qué salir adelante, un propósito…y era salir de ahí con ella.
    - “No tienes que regresar a buscar a Dalibor, ¿Sabes?”, dijo Layla acariciándome el cabello y continuó,“Podrías quedarte aquí conmigo hasta que partamos”.
    - “Sólo quiero asegurarme de que está bien y quizás recoger algunas cosas”, respondí mientras me levantaba de la cama para volverme a vestir.
    - “Fénix, hay algo que quiero decirte desde hace tiempo…”, comentó la caricaturista mordiéndose los labios...,“Te…”.
    - “No lo digas, cada vez que se pronuncian esas palabras pasa algo para que nos arrepintamos de haberlas dicho”, la interrumpí y seguí, “…pero yo también”.

martes, 9 de septiembre de 2008

Falsas Esperanzas

Ojo cerrado con una lágrima

    Hoy es día libre para los trabajadores de la feria, no que eso signifique mucho para mí desde que no tengo trabajo pero por lo menos podría tener alguien con quien platicar sin que me diga que está muy ocupado. Después de preparar algo de comer para Dalibor y para mí me dispuse a arreglarme un poco para salir del remolque en búsqueda de nuevas conversaciones. Dejé el desayuno del arlequín sobre la mesa y me metí en la ducha, después de varios días de asueto en los que intenté despertarlo para que desayunara conmigo por fin entendí que no iba a levantarse temprano en su día libre porque “trabaja muy duro para mantenernos y necesita descansar”.

    No importa, disfruto mucho la hora del baño, es un excelente espacio para pensar lejos de la presión de los demás. Hay algo sobre el agua tibia que me relaja mucho, tanto que a veces la “hora” del baño resulta ser un poco más que ese tiempo. En la ducha todo iba como de costumbre, repasaba en mi cabeza conversaciones, ritmos, experiencias, todo aquello que he vivido hasta el momento y que de cierta forma ha dejado huella en mí…curiosamente, dentro de esos pensamientos no hay ningún “plan”. Ja, ni en privado quiero hacerle frente a ese tema en particular. Estaba inmersa en mis propias ideas cuando de pronto sentí un chorro de agua helada correrme por la espalda. Grité con todo el aire que tenía en los pulmones y corrí la cortina del baño para encontrar la cara de Dalibor con expresión de travesura justo como solía bromear conmigo cuando recién empezábamos a salir, pero antes de que pudiera decir algo se metió en la ducha conmigo. No puedo negarlo, estaba muy sorprendida de que hiciera tal cosa. Hubiera podido jurar que el arlequín había perdido completamente el interés en tener intimidad conmigo pues hacía semanas que ni siquiera volteaba a verme. Pasamos un buen rato bajo el chorro de agua, todo el tiempo que nos llevó recordar lo bien que la pasábamos juntos y lo mucho que nos gustábamos en un principio.

    Al terminar el baño, me secó con todo cuidado y nos dirigimos a la recámara, en donde seguimos con nuestra faena de reencuentro que para mi pesar, me hizo reconsiderar todas las decisiones que había tomado al respecto de nuestra relación. Yo sé que suena patético olvidar meses de negligencia y dolor por un solo día de devoción, lo tengo bien presente, pero esa reacción fue inevitable. Estuvimos en la cama recordando viejos tiempos, haciéndonos cosquillas, riéndonos de nuestras peripecias, repasando cada ápice de alegría juntos y cuando el momento pasó, él alcanzó la comida que había preparado y me admiraba mientras escogía un atuendo para el día.
    - “¿Vas a salir hoy?”, preguntó Dalibor todavía con un poco de avena fría en la boca.
    - “Pensaba dar un paseo por el parque en lo que vas a atender tus asuntos”, respondí con voz amable y algo confusa pues no me hacía esa pregunta con mucha frecuencia, al menos no últimamente.
    - “Quédate conmigo hoy, no tenemos que salir de aquí”, me pidió el arlequín con una sonrisa tímida y una mirada insistente.

    Accedí a lo que me pidió que no es para sorprenderse, en el momento en que me lo dijo parecía un gesto de ternura más que una orden, aunque ahora al revivirlo suena como que no tenía muchas opciones si es que no quería otra pelea con él, después de todo yo “no tengo nada qué hacer y mi vida está resuelta”. Dejé la ropa a un lado y regresé a la cama. Me senté recargada en la cabecera con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos…por alguna razón sentía que lo que estaba haciendo estaba mal, sentía que me defraudaba a mí misma y a Layla a quien le había dicho que no quería estar más con Dalibor pero estaba hipnotizada por su atención ahora. Supongo que muy dentro de mí conservaba la esperanza de que todo funcionara como antes entre él y yo…y que no era tarde para dar marcha atrás a mis planes de abandonarlo todo en la feria. Quería saber sin lugar a dudas la posición del arlequín en mi vida.

    - “¿Sabes? No hemos hecho ningún arreglo para la boda que queríamos”, comenté con fingida casualidad mientras él dejaba a un lado el plato vacío del desayuno.
    - “Pues, supuse que me dirías exactamente qué quieres para ese día para calcular cuánto hay que gastar”, respondió algo incómodo y siguió, “…además, no es como si tuviéramos prisa o mucho dinero”.
    - “No hay prisa, es sólo que pensé que tus planes de una familia eran a corto plazo”, le dije al arlequín volteando la mirada hacia un lado…no creí jamás escucharme a mi misma pronunciando esas palabras.
    - “¿Estás diciendo que quieres hijos en esta situación?”, preguntó con una mirada de incredulidad y afirmó, “Pensé que la sola idea de una familia te causaba escalofrío”.
    - “Bueno, es que hay cosas que se planean y cosas que no”, dije sin pensar. - “¡¿Cómo qué cosas, qué estás diciendo, Fénix?!”, exclamó aterrado mientras me veía directo a los ojos.
    - “No te asustes, no pasa nada”, le dije con voz suave tratando de calmarlo y continué, “…sólo que me gustaría saber qué pasaría en dado caso de que un pequeño artista se nos adelante a los planes”.
    - “Eso no pasará, no creo que seas tan imprudente como para embarazarte en estas circunstancias, mi hijo merece lo mejor y por ahora no lo tengo”, respondió cortante y altanero, como era su costumbre.

    Me quedé muda un instante. No podía dejar de preguntarme si eso de que “su hijo merece lo mejor y por el momento no lo tenía” se refería a mí de cierta manera y que por eso no había insistido con los planes de la boda que hace tiempo era prioritaria para él. El momento de felicidad definitivamente había pasado y estábamos de regreso en la incómoda convivencia en la que vivíamos. Su último comentario me había dejado claro qué posición tomaría si es que mis sospechas son ciertas y por supuesto no era tan inspirador como lo esperaba. No lo entiendo. ¿Qué no era eso lo que él quería? Insistía tanto. De igual manera, si es que estoy embarazada de él, no sé si pueda ocultarle algo tan grande e irme sin más. Mi confusión con respecto al arlequín regresaba, tan latente como siempre. Es obvio que él también duda.

    Olvidado el asunto de mi situación “hipotética”, pasamos el resto del día platicando de nuestras actividades…o mejor dicho, él me puso al tanto de lo que sucedía en la feria pues yo perdí el contacto desde que dejé el número. Antes de dormir, la melancolía que nos invadía a ambos era notable.
    - “Dalibor, mis brazos siguen abiertos”, le dije con lágrimas en los ojos.
    - “Y yo no los he cerrado, Fénix…”, me respondió sin poder siquiera terminar la frase y cerramos los ojos como tratando de olvidar la situación en la que estábamos…hasta el día siguiente en que todo comenzaría de nuevo.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Una Nueva Máscara

Máscara de carnaval

    “Está bien, puede que sea tiempo de visitar al médico”, fue lo que pensé mientras veía mi reflejo en el espejo del tocador. Me es tan molesto ir a consulta que espero tanto tiempo como puedo a la expectativa de un acto mágico o milagroso que desaparezca mis malestares – el cual sí llega en la mayoría de las ocasiones – pero esta vez creo que mi cuerpo nada más no está en la disposición de ahorrarme la pesadez de ir a revisión.

    Como pude y a pesar de mi reciente torpeza en cuanto a disimular mis defectos con maquillaje, tapé mis ojeras, hidraté mi rostro para que no se mostrara el tono cenizo que ha adquirido el resto de mi cuerpo, cubrí mis labios de color carmesí que bien o mal daba la impresión de que éstos estaban sanos y no partidos; por mis pestañas retraídas y mi cabello reseco no pude hacer mucho, así que sólo lo recogí procurando no apretarlo demasiado para evitar así el punzante dolor de cabeza de todos los días. Cuando por fin estuve satisfecha con mi aspecto…o mejor dicho menos inconforme, y después de beber toda el agua que quedaba en la jarra, salí en busca de Layla.

    El desayuno con la caricaturista transcurría bastante bien hasta que descubrimos que yo ya no soportaba el olor del cigarro y de la pintura, así que tuvimos que improvisar un día de campo fuera de su tienda para segur platicando.
    - “¿Te sigues sintiendo mal?”, preguntó mi amiga con expresión de angustia.
    - “Más o menos, la buena noticia es que ya conservo casi la mitad de lo que como dentro de mi estomago”, respondí algo sarcástica y burlona tratando de aligerar el ambiente para que no me insistiera en ir al médico.
    - “No es gracioso, Fénix, ya llevas algún tiempo así”, comentó Layla en tono grave y continuó, “¿Qué fue lo que te dijo la adivina, le pediste algún remedio?”.
    - “No le dije nada al respecto”, respondí algo cortante y seguí, “…además, si mi malestar es lo que yo sospecho se necesitará algo más que un té de hierbas para que desaparezca”.

    El silencio que siguió a mi comentario era sepulcral. Layla me miraba atónita, sabía a lo que me refería y también todo lo que implicaba. Nos quedamos mirando cómo el viento levantaba las hojas secas del suelo por un instante y de pronto todo el mundo parecía encogerse. Las atracciones a nuestro alrededor parecían manchones sin contorno y el ruido cotidiano de la feria parecía un delicado susurro lejano en comparación con el estruendo de mi respiración y los latidos de mi corazón.
    - “¿Estás segura? Pensé que no querías que esto sucediera y tomabas tus precauciones”, dijo la caricaturista interrumpiendo la tensión del momento.
    - “No, no estoy segura”, contesté en medio de un suspiro, hice una pausa larga en lo que tomaba valor para lo que diría a continuación, “…pero podría no ser tan malo”.
    - “¿De qué hablas? ¡Esto cambiaría tu vida!”, exclamó mi amiga muy preocupada. - “Exacto, bien podría ser lo que necesito”, comenté todavía meditabunda.
    - “¡¿Lo que necesitas para qué, Fénix, para que el arlequín se quede contigo?!”, dijo Layla con su mirada clavada en mi rostro como buscando una explicación a lo que le estaba diciendo.
    - “No, lo que necesito para motivarme a salir de aquí de una vez por todas”, balbuceé con la mirada perdida mientras mi amiga apenas podía contener su frustración y su sorpresa.
    - “No entiendo”, exclamó la caricaturista moviendo la cabeza y arqueando su cuerpo hacia atrás en signo de desesperación.

    No pude pronunciar palabra en un largo tiempo. Tomé un par de hojas secas que la última ráfaga de viento había dejado cerca de mis pies y las hice polvo con mis manos. Recogí una pequeña rama del suelo y comencé a hacer dibujos en la tierra con ella, una costumbre que tengo desde pequeña cuando necesito tomarme un tiempo para pensar. Tomé aliento un par de veces antes de poder articular algo coherente.
    - “¿Te irías conmigo, Layla?”, le pregunté a mi amiga viéndola directo a los ojos.
    - “¿Irnos, a dónde?”, dijo Layla con expresión de confusión mientras me abrigaba con su bufanda tejida en esperanza de que dejara de tiritar.
    - “Lejos”, pronuncié con la mirada baja, levanté la cara para ver a mi amiga y continué, “Lo único que puedo afirmar con esta vasta duda es que no puedo quedarme más al lado de Dalibor”.
    - “¿Pero y si tus sospechas son ciertas, si hay parte de él en ti?”, preguntó Layla quien todavía no superaba la impresión de mi actitud.
    - “Hay más de él en mi de lo que yo pudiera desear…y ya sea verdad o no lo que sospecho realmente no importa, de igual manera necesito irme de aquí. El Arlequín no tiene por qué enterarse siquiera de que tengo esta duda. Si algo me ha quedado claro con esta situación es que si he de armar una nueva familia, prefiero que sea con alguien que me aprecie, me respete y me comprenda…eso no puede dármelo él”, le expliqué a la caricaturista quien cambió su gesto de confusión por una actitud meditabunda y serena, tomé un respiro y seguí, “Vuelvo a preguntarte, ¿Te irías conmigo, Layla?”.
    - “Vaya familia que sería la nuestra…una familia de fenómenos”, respondió ella entre risas, me dio un abrazo y afirmó, “Sí, Fénix, iré contigo”.

    Pasé el resto del día paseando con Layla por la feria ante la mirada prejuiciosa del resto de los trabajadores del parque, ya nos habíamos acostumbrado a ello y hasta nos causaba algo de gracia aunque era raro no poder estar dentro de su tienda como siempre. Disfruté tanto de la compañía de la caricaturista que no me importó no hacer mi recorrido por el Laberinto de Cristal como tengo acostumbrado y fui directo a casa en donde me esperaba un arlequín algo enfurecido por los rumores que había provocado mi paseo diurno.
    - “Entonces fuiste a ver a la caricaturista hoy también…¿Qué se trae entre manos ahora esa mujer?”, dijo Dalibor apretando los labios y lanzándome una mirada penetrante tratando de intimidarme mostrando su disgusto.
    - “Le pedí que me hiciera una nueva máscara”, respondí sin más y contrarresté su mirada con una sonrisa irónica.

martes, 26 de agosto de 2008

Una Taza de Café

Vintage cup of coffee and sugar cubes

    Me sorprendió mucho que Lihuén quisiera recibirme en su casa sin previo aviso y después de lo cortante que he sido con ella en los últimos meses. Entiendo que es una actitud muy común la que tomé, después de todo a nadie le gusta que le hagan ver una verdad que simplemente no quiere aceptar…pero el hecho de que estuviera dispuesta a escucharme es algo por lo que siempre le estaré agradecida.

    La charla empezó un poco forzada, había tantas cosas qué decir y tantas cosas que era difícil pronunciar…aunque al poco rato la conversación era más fluida, casi como en los viejos tiempos en que no me separaba de ella, como cuando llegué a la feria y ella me ofreció su amistad sin hacer muchas preguntas. Hacia tanto que no estaba en su remolque, que no probaba su café ni su pan de miel. No voy a mentir, hay una razón de trasfondo por la que busqué a Lihuén. Si bien me hacen mucha falta su amistad y su apoyo, también necesito que esta vez me resuelva una pregunta que le hice hace mucho tiempo y que entonces la respuesta estaba más allá de su alcance o de mi entendimiento. De cualquier forma extrañaba estar ahí, entre sus cuadros hechos con flores secas y sus pergaminos con símbolos extraños. He pasado tanto tiempo sentada ante esa mesa suya de manteles oscuros que me es inevitable sentirme tranquila y en confianza. Aunque nuestras situaciones son muy distintas ahora, ese olor a incienso de jazmín me recordó todas las pláticas que hemos tenido justo ahí al lado de esas cortinas vaporosas que, en su fragilidad, nos daban el refugio perfecto del resto del mundo en ese momento. Definitivamente me hizo sentir muy bien estar en casa de mi amiga quien me tendió los brazos en cuanto se dio cuenta de que era yo la que tocaba a su puerta como solía hacerlo tiempo atrás.

    - “Justo en ti pensaba hace un momento, mi escurridizo pajarraco…¿Qué has estado haciendo, dónde te has metido?”, dijo Lihuén con una suave sonrisa como tratando de hacerme ver que todo estaba bien entre nosotras y me sirvió un poco de café.
    - “Pues no mucho, sigo sin tocar una sola nota y todos los días se me acalambran las manos por lo mucho que extrañan los tambores”, respondí con la mirada baja y seguí, “…hoy estoy tranquila, venía regresando de mi recorrido por el Laberinto de Cristal cuando vi tu luz prendida y decidí pasar a saludar, qué bueno que te encontré despierta…¿Tú cómo estás?”.
    - “¿Ah sí, regresaste al Laberinto? Me alegra saber que estás recuperando esa costumbre. Yo estoy bien, no ha habido grandes cambios aquí desde la última vez que platicamos…sigo haciendo consultas y obsesionándome con la limpieza, no estoy ni más rica ni más pobre, ni más loca ni más cuerda”, afirmó Lihuén riéndose mientras apartaba los caracoles que había esparcidos en la mesa todavía después de su última consulta.
    - “Extrañaba estar aquí, Lihuén, por favor discúlpame por haber sido tan grosera contigo, no era mi intención”, balbuceé mientras jugaba con algunas semillas del montón que había junto a mi taza.
    - “No te preocupes, Fénix, yo sé que no eres así…pero ahora no hablemos de cosas tristes, mejor dime qué fue lo que viste en el Laberinto hoy”, contestó la adivina, tomó las semillas de mi mano y continuó, “…y ya sabes que no es buena idea jugar con las cosas en la mesa”.
    - “Cierto, perdón, eso de mezclar destinos, ¿Verdad?...lo había olvidado”, dije apretando los labios en un gesto de inocencia, guardé silencio un momento en lo que encontraba las palabras correctas para lo que quería decirle a mi amiga y cuando por fin las hallé, sin pensarlo dos veces pues podría arrepentirme, pronuncié, “¿Lihuén, recuerdas que alguna vez tiraste las cartas para Dalibor y para mí? Sé que pudiste interpretar lo que te dijeron, eres la mejor adivina que conozco, sé que eso que viste no me iba a gustar y por eso no me lo dijiste pero creo que necesito saberlo ahora por más miedo que tenga”.
    - “Sabía que me preguntarías eso algún día”, respondió Lihuén mordiendo sus labios, se detuvo para tomar aliento y siguió, “Amiga, sabes que no me gusta dar malas noticias, yo no controlo absolutamente nada de lo que dicen las cartas pues soy sólo su intérprete. He de confesar que al verte tan desolada en estos últimos meses me arrepentí de no haberte dicho lo que vi con mi Tarot en aquél tiempo pero yo lo que quería era que le dieras una oportunidad al amor, no sabía que se iban a poner tan mal las cosas. Estabas tan encerrada en la idea de que ya no querías a nadie para compartir tu vida que en mi infundado optimismo pensé que Dalibor te haría cambiar de parecer…y lo hizo, mas el precio fue demasiado alto. Esa soledad te estaba amargando mucho, nena, yo no podía permitir eso…pero ahora la que pide disculpas soy yo por haber decidido por ti”.
    - “¿Qué fue lo que te dijo el Tarot, Lihuén?”, exclamé en un tono más enérgico. No sabía cómo sentirme, por un lado sentía que mi amiga me había ocultado algo importante y la confianza que le tenía de pronto se volvió algo muy frágil; y por otro, no podía estar enojada con ella pues sus intenciones no eran malas, ella sólo quería verme feliz.
    - “Me dijo que Dalibor no sería con quien te casarías…es todo”, confesó la adivina bajando la mirada. Levantó la cabeza y me miró directo a los ojos ahora un poco enfurecidos…”pero te prometo, Fénix, que nunca pensé que sufrirías tanto, pensé que sería una relación pasajera que te devolvería la fe en el amor y que quizás después de él querrías buscar a alguien que tuviera tus mismos intereses”.

    Estaba furiosa pero no con Lihuén aunque eso parecía. Estando en una situación como la mía uno busca culpables hasta debajo de las piedras con tal de no aceptar su propia responsabilidad en su propia perdición. Era obvio que Dalibor y yo no teníamos los mismos intereses, eso se vio desde el primer momento en que tuvimos una relación, no era ningún secreto. Que no me casaría con él…bueno, eso creo que ahora sería el más positivo de los resultados dentro de la inmensa oscuridad en la que estoy sumergida. Si no me caso con él significaría que por fin aceptamos que no somos el uno para el otro, que estamos mejor separados y que podemos tener una vida cada uno por su lado…pero, ¿Y cómo sucederá eso, acaso tendré el valor para decirle que no lo quiero más en mi vida como lo he venido pensando desde hace tiempo? Por como me siento ahora he de confesar que no veo cómo pasaría tal cosa, ni siquiera puedo decirle que no quiero compartir más una mesa a la hora de la comida. ¿Y si la decisión no viene de mí?

    Pasé un rato viendo mi reflejo en el café dentro de mi taza. Sé que el café que prepara Lihuén es especial, que ella puede ver muchas cosas dentro de él. ¿Pero qué nos puede decir una taza de café que no sepamos ya? Al menos para mí que no tengo el don de ver el porvenir la respuesta no es tan obvia. Yo sólo veía mi presente, ese rostro maltratado y pálido con las ojeras marcadas por tantas noches en vela…¿O acaso era ese mi futuro? Bien podría serlo si me quedo donde estoy, ciertamente no es como si las cosas entre Dalibor y yo fueran a cambiar, eso lo había aceptado ya.

    No importa, yo me sentía bien de haber reanudado mi amistad con la adivina y ahora que no había secretos ni pesares entre nosotras podía contar con ella como lo hacía antes. Platicamos hasta entrada la madrugada y la pasamos muy bien, le conté lo que había visto en el Laberinto aquél día, extrañaba nuestras risas. Me hizo sentir tan a gusto que ni siquiera me agobiaba el hecho de que lo más seguro era que Dalibor ni siquiera me estuviera esperando en casa. Tenía a mi amiga de regreso.

jueves, 21 de agosto de 2008

Decadencia

As de corazones tirado en la hierba
    El sentimiento que me abrumaba hoy no era nada nuevo, cosa que me preocupa mucho pues cada vez que llegan esas ideas a mi cabeza es que quiero dejarlo todo atrás y volver a comenzar desde cero. Es complicado describirlo, es más, no sé si ese sentir tenga un nombre en especial. Muchos le llaman inestabilidad, otros tantos le llaman miedo al compromiso, habrá algunos que digan que es irresponsabilidad o hasta rebeldía y no dudo que habrá quien diga que es egoísmo. Tal vez sí lo sea, quizás sea una combinación de todos esos elementos, no lo sé…el punto es que una vez que quiero correr no hay nada en el mundo que me mantenga en donde estoy. No hay “nada”, pero…¿Y si esta vez es un “alguien”?

    A decir verdad, no es la primera vez que la idea de empacar todas mis cosas e irme de la feria me atraviesa la mente pero eso reforzaría mi tan temida teoría de que este parque en el que he encontrado tanta gente que me quiere y me admira, era sólo un refugio temporal contra la tempestad que ha sido mi vida hasta ahora. No quiero pensar eso, no quiero pensar que dentro de poco tendré que marcharme y emprender una nueva búsqueda por ese “hogar” que tanto anhelo. Si bien es cierto que lo he hecho antes – y no me refiero a unas cuantas veces sino que prácticamente se podría decir que he sido nómada desde que tengo memoria – hay algo aquí que hace que esa decisión sea tan difícil de tomar. ¿Por qué tenía que conocerlo? ¿Para qué me enamoré de él? Todo estaba muy bien antes de eso. Tenía una casa en donde podía ser yo misma sin temor a que me juzgaran por tardarme en tender la cama después de levantarme, tenía amigos a quienes podía visitar sin preocuparme por si iban a hacer algún comentario incómodo acerca de mi vida amorosa…y si lo hacían por lo menos sabía que estaban bromeando, tenía un trabajo muy admirado y respetado que estoy consciente de que a veces me causaba mucho conflicto interno pero era parte de mí, era algo que yo hacía bien y algo que me provocaba orgullo. Podía ir y venir a la hora y con quien me placía, podía quedarme despierta toda la noche sin tener que escuchar reprimendas por “no levantarme a una hora decente” al día siguiente, podía caer en una rutina sin que nadie reclamara que se está aburriendo y podía estar tranquila sin tener que esforzarme por quedar bien con algún impaciente. ¿Era mucho pedir encontrar a alguien que pudiera compartir mi vida en vez de transformarla tan drásticamente? “No hay dos glorias”, dicen por ahí…para ser exactos, es una frase que repite mucho mi amiga Lihuén. ¿Es cierto, algo siempre tiene marchar mal para compensar lo bien que estamos en otro ámbito? No estoy segura a qué se refiera ella con ese dicho, funciona a muchos niveles, pero no quisiera pensar que es una condición permanente el hecho de siempre “quedarnos a medias” y nunca estar completamente satisfechos con lo que tenemos. Probablemente lo que duela ahora es el darme cuenta de que esa vida idílica no es más que eso, algo inalcanzable, irreal en términos prácticos pues irremediablemente habrá un “pero”…y hasta el momento no he sabido procesarlo, o aceptarlo.

    Eran incontables los pensamientos que me perturbaban a medida que me acercaba a aquél espejo rodeado de luces en el que tanto solía contemplarme tiempo atrás y al que corrí recién me enteré de que yo le gustaba al Arlequín. En este, mi primer recorrido por el Laberinto de Cristal en lo que parece una eternidad, no podía evitar el sentirme algo melancólica por aquellos momentos en que Dalibor me hacía sentir bella, viva, amada. Es obvio el cambio en el reflejo, doloroso aún. Mi cara, ahora sin mi maquillaje tan característico, se veía opaca, casi inexpresiva. Mi cuerpo, al que ahora le sobran varios kilos y le falta ese vestuario tan vistoso, parece encorvarse al mínimo roce del viento en una búsqueda desesperada por algo de calor…aunque es difícil encontrar abrigo si es que el frío proviene de su mismo seno. Mis manos, antes desaliñadas y un tanto ásperas por tanto ensayar con mis tambores, ahora estaban impecablemente limpias, con las uñas largas y con un patético anillo que en algún tiempo me hubiera estorbado para hacer música. Mis ojos hundidos en unas ojeras tan profundas y oscuras como la irreconocible sombra que proyectan las luces de ese espejo tan hermoso. Mi cabello ahora deja entrever un par de canas y mis brazos, antes de músculos esculpidos por mi ardua labor física, habían perdido por completo su belleza. Entre sollozos trataba de entender cómo o cuándo fue que empezó tal decadencia, si la pude haber evitado o si de plano podía adjudicársela a él. Al cabo de mucho meditarlo llegué a la conclusión de que no lo puedo culpar, después de todo él no me obliga ni a quedarme con él ni a tenerle esta incomprensible devoción. Acepté que si le di todo lo que soy y todo lo que tengo fue decisión mía…aunque me destroza ese mal agradecimiento suyo, no puedo forzarlo a que reciba lo que yo ofrezco pues tal vez ni siquiera se de cuenta de ello, no lo identifique, o peor, no le interese.

    También pensé que tal declive se pudo haber evitado pero con la poca experiencia que tengo en cuanto a relaciones estables no supe poner el límite entre lo sano y lo obsceno. ¡Vamos! Tan perdida estaba en esta cuestión de compromisos que ni siquiera pensé que lo nuestro se convertiría en uno, no lo buscaba y cuando sucedió ya era demasiado tarde para dar marcha atrás, ya estaba demasiado involucrada. Antes de salir de mi atracción favorita, mi refugio, el Laberinto de Cristal, por fin me di cuenta de que la separación entre Dalibor y yo era inminente. Tarde o temprano pasaría de una u otra forma. Tal vez ya es demasiado tiempo el que pasamos luchando por una relación que sabíamos que no duraría desde su principio pues los dos tenemos intereses y puntos de vista muy diferentes. Quizás la única que siga luchando por ella sea yo y no quiero ver que todo lo que hace es con el afán de desesperarme para así ser yo la que termine de una vez por todas con esto y poder lavarse las manos culpándome de nuestra ruptura. No quiero ser yo la culpable, no quiero que haya culpables, yo quiero ser feliz con él pero eso lo veo cada vez más lejos. Tampoco quiero huir, por primera vez en mi vida quiero quedarme hasta el final, ya no quiero ser aquella nómada en la constante búsqueda por un lugar dónde echar raíces. No, no seré yo la que termine con esto, no quiero, no puedo.

    En el camino de regreso a mi remolque el vacío que sentía era insoportable. Sé que el amor entre nosotros existe...o existió. Tal vez secretamente esperábamos que el otro cambiara de opinión, de convicciones, para que se pareciera más a lo que queríamos…y aunque yo cedí en algún momento, él sabía que a la larga se sentiría culpable por haberme hecho cambiar y yo le tendría resentimiento por la misma razón. Todo esto lo sé ya desde hace algún tiempo y estoy convencida de que él lo sabe también. ¿Nos amamos de verdad tanto…o nos tenemos tanto miedo? Me hiere no saber la respuesta a esa pregunta.

martes, 12 de agosto de 2008

Equipaje

Equipaje antiguo

    - “¡Por más que he practicado no me sale este golpe!” - “No te desesperes, mírate en el espejo mientras practicas como te he dicho, ya saldrá” - “Maya...¿Crees que alguna vez llegue a ser tan buena como tú?” - “Mi niña, lo que creo que es que no tienes idea de tu potencial, eres la mejor alumna que he tenido…”
    Invariablemente ese recuerdo se me viene a la mente cada vez que pongo pie fuera de mi casa y escucho los patéticos ensayos de los músicos nuevos. No es como si yo fuera a hacer algo al respecto, decidí dejar ese oficio y por lo tanto quedo exenta de toda responsabilidad para con ellos… aunque no sé si sea necesario que todos los que vivimos en la feria tengamos que escuchar sus notas rotas y sus ritmos caídos. Me alteran, me enfurecen, me enternecen con sus miradas llenas de ilusión por estar en un escenario, me lastiman, me hacen evidente que yo he perdido todo eso.

    “¿Qué estará haciendo ahora?...¿Me extrañará?...¿Pensará en mí?...¿Qué me diría si me viera como estoy ahora que he dejado todo?...¿Le enojaría o le aliviaría?...”, pensamientos que perturban la relativa paz de mi reciente conformidad con la vida que he decidido llevar. Es cierto que cuando llegué al parque decidí dejar el pasado en el pasado y tener un nuevo comienzo, pero a veces las cosas no salen como queremos. Para renacer uno debe dejar morir todo lo previo a ese momento…y supongo que yo he querido dejar viva esa parte de mí que dice que tal vez algún día pueda regresar “a casa”. Es una idea absurda, estoy consciente de ello, “lo que fue no será otra vez”, ¿cierto? Estoy tan lejos de ahí, no puedo volver por donde vine…”¡Maya, lo prometiste!”.

    Es raro que deje que estos pensamientos tomen fuerza dentro de mi cabeza, normalmente prefiero distraerme con cualquier cosa a aceptar que no hay nada que yo pueda hacer para cambiar las cosas. Espero que algún día deje de doler aunque la verdad es que hasta ahora eso no ha funcionado muy bien, a pesar de que hace ya mucho tiempo que estoy aquí en la feria, los recuerdos se hacen más vívidos cada vez…la extraño mucho, pero el hecho es que debo hacerme a la idea de que es muy probable que no nos volvamos a encontrar en esta vida.

    Hoy iba particularmente distraída mientras caminaba hacia la tienda de Layla para almorzar. En la última conversación que tuvimos me preguntó cómo fue que había llegado al parque. Confío mucho en ella, pero por alguna razón mi pasado lo conservo para mí…realmente no sé por qué, no es una historia muy fascinante o vergonzosa…pero sí muy lastimera. Supongo que algún día estaré lista para compartirla, nunca he sido muy buena para hablar cuando me siento mal. Eso de que haya millones de ideas cruzando por mi mente al mismo tiempo me complica el articular palabras, siempre ha sido así.

    - “Ahora sí, cuéntame qué te pasa”.
    - “Nada, Maya”.
    - “A mí no me engañas, he sido como tu madre todo este tiempo, te conozco como la palma de mi mano”.
    - “Jejeje, entonces no deberías tener que preguntar qué me pasa”.
    - “Sé que estás triste, sé que es por ellos pues tienes esa mirada que siempre pones cuando pelean…pero quiero que me platiques tú lo que pasó”.

    Quizás sea que me da pena admitir que me quedo atorada en el pasado a veces. Tal vez sea miedo a que otras personas me juzguen por ese equipaje que cargo todos los días. Estoy segura de que algunos encontrarían extraño el hecho de que yo “platico” con quienes ya no están conmigo, trato de guardar cada detalle de lo que me pasa para contárselos en cuanto los vuelva a ver poniéndolos al día de todos los nuevos acontecimientos…y fantaseo con que les importa. Es un buen pasatiempo hasta que te das cuenta de que la historia qué contar es demasiado larga y que requieres de demasiadas acotaciones al margen para que entiendan lo que dices…cosa que hace obvia su ausencia en tanto tiempo. “Hoy iré a almorzar con Layla, mi nueva amiga, me está ayudando a planear mi boda con Dalibor…o a decidir si ésta se llevará a cabo en cualquier caso. Dalibor, el Arlequín, ha sido mi novio ya mucho tiempo pero las cosas no van muy bien con él. ¿Maya, recuerdas que antes me ponía nerviosa al tocar frente a más de 100 personas? Toqué en un lugar que se llama Congarovia, tengo que platicarte cómo es allá. Tengo nuevos amigos, Lihuén te agradaría y Calypso te dejaría sin habla con su número de escapismo. Convivo con payasos, tragafuegos, músicos, bailarinas y demás artistas todo el tiempo…¿Qué puedo decirte? Ahora vivo en un remolque dentro de una feria. Por fin aprendí a maquillarme como tú aunque ahora ya no tengo mucha práctica pues ya no subo al escenario. Todavía me encantan los espejos y solía visitar el Laberinto Cristalino a diario…¿Hace cuánto no te veo?...”.

    Cuando al fin llegué a la tienda de Layla y le comenté lo molesto que era el eco que provocaban los recuerdos en la cabeza me entendió perfectamente, me dijo que lo más seguro era que jamás se irían por completo esos pensamientos pero que se harían menos dolorosos con el tiempo…y que eso era lo que ella trataba de plasmar en muchas de sus acuarelas. Sus palabras me hicieron sentir mucho mejor y tuvimos un almuerzo muy agradable, como siempre, impregnado de risas y envuelto en ese aire de complicidad tan criticado por los demás residentes del parque, especialmente Dalibor.

    Espero que Layla tenga razón, espero que pronto ese eco pierda volumen en mi mente. He estado huyendo mucho tiempo de mi pasado, traté de correr tan rápido que no me alcanzara…pero uno no puede dejar atrás parte de sí si es que la trae a cuestas. Algún día serán sólo eso, recuerdos.

    - "Maya, es tarde, debo regresar a casa. Te quiero mucho".
    - "Ángel, porque eso eres para mí...mi ángel, mi luz. No te vayas nunca".

martes, 8 de julio de 2008

Cuatro Rosas Rojas

Rosa roja congelada

    Qué difícil es arreglarme para salir últimamente, supongo que he perdido práctica. El delineado de los ojos que era tan rutinario para mí se convirtió en toda una hazaña esta noche, no recordaba la cantidad exacta de polvo o de sombras a utilizar, el rubor desapareció misteriosamente de mi bolsa de maquillaje…en fin, después de dos horas de ardua labor por quedar inmaculadamente bella para la cita en el pueblo que me pidió Dalibor, quedé convencida de que una cena a la luz de las velas podría no ser suficiente recompensa para tanto trabajo en mi apariencia…aunque si había insistido tanto era porque debía tener algo importante en mente. No voy a mentir, ya sabía lo que pasaba…y la sola idea me ponía un poco nerviosa. Hoy podría ser el punto sin retorno, el día del cierre del trato y la declaración de que pertenecería a él para toda la vida…si es que se puede llamar vida a una existencia difuminada de total sumisión y entrega hacia quien clamaba ser “mi fiel compañero”. Sabía lo que traía entre manos, o para ser más precisos, escondido entre los pliegues de su mejor saco. No me emocionaba, sé que muchas mujeres en mi lugar estarían más que ilusionadas pero yo sólo veía mi futuro como un interminable día de espera como tantos que le he dedicado al arlequín, siempre aguardando su regreso, su atención, su devoción, su reconocimiento…al “él” de antes. Muy dentro de mí sabía que esos tiempos no iban a volver, mas el pensamiento de dejarlo me aterrorizaba más que esas noches en vela que he pasado angustiada por su paradero. Estaba decidido, si hoy era el día le diría que sí…he dado tanto por Dalibor que el “volver a empezar” lo veía si no imposible por lo menos lo suficientemente alejado de mí como para que no me alcanzara, cambié mi camino por él y ahora pensaba seguirlo hasta el final.

    La velada sí fue especial, por lo menos hasta la parte en que llegó a tiempo para irnos al restaurante juntos y me regaló una rosa roja, como solía hacerlo recién empezamos nuestra relación. Los platillos servidos fueron impresionantes, cosa que ayudó mucho para al menos evitar un poco esos silencios incómodos que habían plagado nuestros momentos compartidos a lo largo de estos últimos meses, hasta nos hicieron recordar nuestra primera cita hacía ya tanto tiempo en donde la cena fue espectacular y nos arrancaron un par de sonrisas con tal despliegue gastronómico. La música del lugar, la luz de las velas, el vino, el murmullo de la gente, el sonar de los platos, el aroma de los condimentos…todo era majestuoso.

    La estábamos pasando muy bien hasta que a la mitad del postre el tono de la conversación cambió drásticamente. Se puso serio, tomó mi mano y la besó, me miró a los ojos - acción que me sobresaltó un poco pues había pasado mucho tiempo sin que lo hiciera – y suspiró.
    - “Fénix, tenemos que hablar seriamente. Creo que nuestra relación debe madurar junto con nosotros, llevamos mucho tiempo juntos y es inaceptable que no hayamos formalizado nada todavía. Ahora te pregunto…¿Quieres seguir a mi lado y ser mi mujer?”, dijo Dalibor con aire sobrio mientras sacaba de su saco un anillo de compromiso tan opaco como su anterior propuesta y buscando una respuesta en mi expresión apática y hasta un tanto aburrida.
    - “Claro que quiero seguir a tu lado”, le respondí sin más, puse el anillo en mi dedo y seguí comiendo mi postre. No hubo besos, sólo un abrazo que me hacía obvia esa aura de conformismo que me ahogaba y me hacía sentir segura al mismo tiempo, no habría más sorpresas, con él sabía exactamente hacia dónde iba…o dónde me quedaba.
    - “Bien…sabía que no me fallarías”, exclamó El Arlequín reacomodándose en su asiento como si el evento de que me propusiera matrimonio hubiera sido una interrupción a la cena que estaba disfrutando tanto, tomó aliento de nuevo y continuó, “Por cierto, hay algunos rumores de que te han visto merodeando en la feria con Layla, creí haberte dicho que esa mujer no me inspira confianza y pienso que deberías mantener tu distancia”.
    - “Layla no le hace mal a nadie, me gusta platicar con ella, por lo menos tiene ideas interesantes y eso es difícil de encontrar en el parque”, respondí un tanto cortante, después de todo mi amistad con la caricaturista era asunto mío y no tenía por qué pedir opiniones…o aceptarlas sin previo requerimiento.
    - “No tienes por qué ser grosera conmigo, de una vez te digo que ese tono no me gusta nada. Sólo trato de aconsejarte…aunque ni debería preocuparme, con los preparativos para la boda difícilmente tendrás tanto tiempo libre como para estar haciendo nuevas amistades”, replicó Dalibor despectivamente, muy molesto por mi actitud.
    - “¿Entonces es tarea mía preparar todo?”, pregunté con expresión nerviosa tratando de desviar su atención y calmarlo un poco.
    - “Claro, Fénix, con mi trabajo no me daría tiempo de ver esas cosas. Además, es trabajo de la mujer preparar su boda, ¿No?”, me contestó Dalibor un tanto sarcástico haciéndome sentir mal por el hecho de haber dejado mi empleo, odiaba depender de él y lo sabía.

    El resto de la velada no fue tan impresionante. Todo siguió rutinariamente, el retorno a casa, la transformación del vestido, la sesión de cama, el insomnio, las lágrimas escondidas, el conformismo, el miedo, el arrepentimiento…pero no puedo esperar a ver la nueva caricatura de la semana.

martes, 27 de mayo de 2008

Layla

Fénix morado en acuarela

    Solía pensar que los días en que se descomponía la Rueda de la Fortuna eran de lo más tediosos, esa irritante canción tocando una y otra vez mientras los engranes rechinan casi al compás de la melodía…se detiene con un estruendo y todo vuelve a comenzar hasta que encuentran cómo reparar la falla, hasta podría decir que era justo lo que tomaba lugar dentro de mi cabeza. Pensaba en cómo me sentía y casi cuando encontraba la solución a mi situación algo me interrumpía, como si el motor de mi propio razonamiento tampoco funcionara…”No, eso no puede ser…¿Qué haría sin él?...Tal vez esto sea normal en todas las parejas…”. Así permanecí prácticamente inmóvil sentada en las escaleras de mi remolque con la mirada fija en la defectuosa atracción y en los afligidos trabajadores que la operaban.

    - “¡Caray! Eres la primera persona que me deja terminar su retrato sin estarse retorciendo, si tan solo todos los que me piden un dibujo fueran así...”, dijo entre risas Layla, la caricaturista de la feria, sacándome del trance en el que estaba sumergida.
    - “¡Layla! Disculpa, no te había visto, estaba algo distraída”, le respondí con una tenue sonrisa, me levanté y me acerqué a ella para saludarla.

    Layla es un personaje peculiar, a pesar de llevar mucho tiempo dibujando caricaturas en el parque realmente poco se sabe de ella. No lleva una relación estrecha con casi nadie en la feria, es la única que prefiere vivir en una tienda en vez de un remolque y rara vez se le ve en las reuniones entre compañeros hablando con alguien. Lo cierto es que la gente tendía a hablar de ella pues no entendía su comportamiento y muchas veces el mismo Dalibor me había pedido que me alejara de ella pues pensaba que tenía algo qué esconder. Yo no entraba en polémicas, por alguna razón no nos habíamos podido acercar. Sé que su apariencia es un tanto diferente a la gente que trabaja aquí, siempre cubierta de cuello a tobillo con vestimenta en colores oscuros, una capa sobre otra. Sus ojos color marrón parecían ver más allá de lo que tenía frente a ella y su piel morena clara invariablemente manchada de tinta o pintura denotaba cierto grado de condescendencia a veces malinterpretada por el parque entero…pero que por lo menos a mí me inspiraba tranquilidad y sencillez. Su tono de voz grave pero armónico era normalmente escuchado pronunciando algún comentario sarcástico…si es que alguien lograba entender lo que decía.

    - “¿En serio? Pensé que era normal que la gente ni siquiera parpadeara…Toma, te regalo tu retrato”, comentó ella con una mirada pícara extendiéndome el pedazo de papel en el que estaba trabajando.
    - “¡Muchas gracias! Nadie me había dibujado antes”, le respondí alegremente y tomé el retrato con ambas manos.
    
    La imagen trazada en el papel, para mi sorpresa, me conmovió mucho. Pensé que sería un dibujo burlón como los que había visto que Layla hacía para los visitantes, en los que los mostraba ebrios o con un disfraz de payaso, pero en el bosquejo se me veía sentada en las escaleras de mi casa con mi cabeza apoyada sobre mi mano derecha y la mirada perdida en el horizonte, mis rodillas flexionadas y mis hombros encogidos dejaban entrever el frío de la tarde…y sentado a mi lado no había nada más que el vacío que me dejaba la espera diaria por Dalibor que ahora sustituía mi trabajo en la feria. Una imagen que tal vez no quería ver y que por eso huía de los espejos últimamente, me resultaba insoportable verme a mí misma…y el retrato en mis manos era demasiado real.
    - “¿Qué te parece?”, preguntó Layla arqueando las cejas y torciendo la boca en actitud inquisitiva.
    - “Es muy bueno, no sabía que hacías este tipo de bosquejos…”, dije en voz baja con los ojos aún clavados en el dibujo reflexionando en si era así como me veían todos.
    - “Bueno, la vida no siempre es una caricatura…”, comentó con seguridad y en broma mirándome fijamente continuó, “…Hay muchas cosas de mí que no sabes aún”.
    - “De verdad me gustó mucho mi retrato…¿Quieres un poco de café? Acabo de prepararlo”, expresé con una gran sonrisa con la esperanza de que aceptara mi oferta pues apreciaba mucho la compañía y en estos tiempos era raro que alguien se me acercara porque no entendían mi situación o por completo les desagradaba.
    - “Claro, sólo voy a dejar mi material a mi casa y regreso…No tarda en llover y es difícil dibujar sobre papel mojado ¿Sabes?”, argumentó Layla riéndose.
    - “Te acompaño”, contesté.

    No sé qué me impulsó a decir eso, sabía que podía traerme problemas con “El Arlequín” el ir con Layla después de que pidió que me alejara de ella pero estaba disfrutando mucho la conversación como para arriesgarme a que no regresara por el café prometido. Entré rápidamente a mi casa para esconder el dibujo en el cajón del tocador y caminé con ella hacia su casa con un miedo terrible ante la posible reacción de Dalibor pero al mismo tiempo emocionada porque siempre me había dado curiosidad ver qué había dentro de esa tienda.

    Al poner pie dentro de la tienda lo primero que noté fue la colección de máscaras esculpidas en papel maché ordenadas perfectamente en el estante del rincón, el diseño de cada una de ellas era tan impresionante que bien podían ser parte del mejor carnaval veneciano. Del lado derecho, recargadas una contra otra habían varias acuarelas de temas tan diversos como personajes en la feria y junto a ellas un par de lienzos manchados de pintura esperando ser convertidos en una obra de arte. Sobre la mesa y junto a una taza de barro descuidadamente colocada descansaban unas cuantas hojas de papel con poesía escrita en ellas, una pluma y hasta un par de tinteros vacíos. Del lado izquierdo, un librero con una colección literaria sorprendente así como una cantidad incontable de dibujos sueltos apilados sobre los anaqueles. La habitación principal estaba cercada por biombos de madera fina adornados al estilo oriental…Estaba parada en medio de la tienda sorprendida por todo lo que me rodeaba, devoraba todo con los ojos, me parecía tan bello todo lo que había ahí dentro. Quería preguntarle acerca de todo lo que estaba viendo, tenía razón, había muchas cosas que no sabía de ella…aún.

    Decidimos quedarnos en su casa para platicar en vez de regresar a la mía, fue muy buena idea pues me sentía muy cómoda ahí. Hablamos de poesía, de pintura, de música, de nuestras pasiones…que hasta ahora resulta que son muy parecidas. He de confesar que temía que surgiera el tópico de por qué dejé de trabajar para convertirme en estatua de marfil eternamente adornando la entrada de mi casa, pero estábamos tan entretenidas platicando de nuestras cosas que jamás se tocó el tema. La conversación me ayudó a recordar muchas cosas que había olvidado por ocuparme de llevar la vida que llevo ahora y así se lo hice ver. Le agradecí la compañía y regresé a casa, en donde irónicamente Dalibor ya me esperaba.
    - “¿En dónde estabas? Me preocupé al no verte aquí”, exclamó un tanto molesto.
    - “Fui a recorrer el parque, estaba un poco aburrida”, contesté fingiendo desinterés cuando en realidad la tarde que pasé con Layla me había puesto de muy buen humor.
    - “¿Y qué hay de interesante en la feria hoy?”, preguntó Dalibor con una mirada un tanto incrédula.
    - “Se descompuso la Rueda de la Fortuna”, repuse desviando un poco la vista de sus ojos.